na y de un grupo contra todo un pueblo.
La Razón,
de La Paz, que había suspendi–
do sus ediciones antes de verse obligada,
por la fuerza policiaria, a mentir, decía al
reanudar sus actividades: "Sin jefes, sin
dinero y sin armas, se ha impuesto la Cons–
titución". Y ·era cierto. En el siglo XX se
tuvo que salir en defensa de la Carta Mag–
na, como en los tiempos de Melgarejo.
El pueblo había vuelto a triunfar, despe–
dazando el nacionalismo y la tesis reelec–
cionista. Sobre su denuedo republicano y
democrático, esperaba que se edificara el
imperio del orden constitucional, del respe–
to humano. Cumplida su misión, volvió a
replegarse sobre sus actividades habitua–
les, dejando que los políticos hicieran el
resto.
LA GUERRA, LA REVUELTA Y LA PAZ
Se organizó una Junta Militar de Go–
bierno, encabezada por el general Carlos
Blanco Galindo, asesorada por destacados
hombres públicos. Llamó a elecciones ge–
nerales, en las cuales fué ungido presidente
el candidato único Daniel Salamanca.
La inquietud popular acerca de la acti–
tud que asumiría el mandatario respecto
del viejo conflicto del Chaco, se hizo inte–
rrogante. No se olvidaba su cerrada tesis
guerrista. Pero Salamanca planteó ante una
comisión de neutrales el mantenimiento de
las posiciones del Chaco, sin avances ni
agresiOnes.
El gobierno hizo frente a una huelga de
empleados de correos y telégrafos, que pe–
dían aumento de haberes y que paralizaron,
por algunos días, las comunicaciones. La
destitución colectiva y el procesamiento fué
su respuesta categórica. Después dictó am–
nistía, para remediar, siquiera en parte, los
dos castigos que imponía a esos ex-funcio–
narios públicos.
La crisis se reflejaba en las actividades
públicas y particulares. La municipalidad
de La Paz se vió frente a una reducción
del cincuenta por ciento de su presupuesto.
El pueblo también sabía que debía limitar
sus gastos, disminuir su presupuesto, Pero
tuvo compensaciones. Una de ellas fué la
llegada del Príncipe de Gales, acompañado
de su hermano, a quienes
el
gobierno reci–
bió oficialmente. Todo un espectáculo.
En esos días de pobreza, fueron celebra–
dos los centenarios del general Eliodoro
Camacho y del Coronel Adolfo Ballivián.
Aumentando preocupaciones al malestar
económico, las lluvias del año 31 fueron
particularmente copiosas, y sus corrientes,
rebalsando en la cuenca de los ríos, perju–
dicaron los puentes de la ciudad, removi–
dos muchos de ellos.
El 12 de mayo comenzó un impercepti–
ble deslizamiento de tierras en las zonas de
Santa Bárbara y San Pedro que se prolon–
gó hasta el día 14. En la primera, muchas
casas quedaron comprometidas. Años antes,
en 1914, el edificio del Museo Tiahuanacu
fué arrasado por un movimiento de tierra,
y en 1916, se produjo el descenso de algu–
nas pequeñas regiones de Santa Bárbara.
Se trataba de una zona cuyo subsuelo no
había sido estabilizado. En San Pedro, el
deslizamiento fué de menores proporciones.
Para remediar en parte los daños, el Con–
gr·eso votó 40.000 Bs. y los Amigos de la
Ciudad iniciaron una colecta popular. Pero
las consecuencias del desastre, prolongán–
dose por muchos días, pusieron en activi–
dad a todo el pueblo, el cual demostró,
también en esta oportunidad, el rasgo ca–
racterístico de La Paz: su solidaridad, su
sentimiento de cooperación.
Tornemos nuevamente a la instancia po–
lítica, que se desarrollaba, contradictoria,
en el escenario de La Paz. El parlamento
se perfilaba como el de las acusaciones, con
las cuales promovía
el
escándalo, colocan–
do en tensión a los partidos y al pueblo.
Su fin era defender la Constitución, mar–
car rumbo de respeto a los futuros manda–
tarios.
La primera acusación estaba dirigida a
Bautista Saavedra, jefe del Partido Repu–
blicano. Si era verdad que pesaba sobre él
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