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dictó una nueva Constitución, llamada so–

cialista y confirmó en la presidencia a

Busch. No podía ser de otra manera. Poco

duró, sin embargo, el estado constitucional.

Busch barrió la constituyente y a-sumió la

dictadura. De mandatario constitucional,

volvió a su primitiva condición de manda–

tario de

facto.

No le faltó, en este acto, sin–

ceridad, como tampoco en varias iniciati–

vas d·e intencionada honestidad. Aislados

fusilamientos sin proceso, sacudieron la

conciencia pública; entre ellos, el de un

sacerdote. Dos rasgos hay para destacar en

este gobierno contradictorio, tan contradic–

torio como su precedente. Busch agr·edió al

historiador don Alcides Arguedas, casti–

gándole por haber publicado algunos ar–

tículos periodísticos de crítica: actitud des–

pótica suficiente para desmoronar su esta–

bilidad. Y dictó el decreto de 7 de junio

d·e 1939, disponiendo la entrega del ciento

por ciento de las divisas extranjeras pro–

venientes de la exportación de minerales.

El ambiente en que se movía este gobier–

no fué de recelos e inquietudes. Un inten–

to subversivo fué epilogado con algunas

muertes, varias huídas y numerosos encar–

celamientos. No continuó más. Al amanecer

de una fiesta, murió Busch en su casa, dis–

parándose con su propia arma.

El Vicepresidente, que la dictadura no

había barrido, no llegó a palacio para

reemplazar en el mando al suicida. Por

acuerdo militar lo hizo el general Carlos

Quintanilla, que representaba la antítesis

del

buschismo.

En este período fueron des–

apareciendo las organizaciones de ex com–

batientes y de obreros, como fuerza po–

lítica.

El juego P<?lítico, que era siempre ab–

sorbente, tuvo para ,La Paz una grata tre–

gua. Se dijo ya que, en 1909, para celebrar

el primer centenario de la revolución eman–

cipadora de julio, se estableció, con prue–

bas irrefutables, que los restos de don

Pedro Domingo Murillo se encontraban en

uno de los altares de la iglesia de San Juan

d·e Dios. Descubiertos casualmente el 29

de diciembre de 1939 en el pnmer altar

de la izquierda, actuaron comisiones mé–

dicas e históricas. Verificaciones documen–

tales demostraron que las osamentas corres–

pondían a Murillo y Juan Bautista Sagár–

naga. Un tercer esqueleto, que no pudo ser

identificado por insuficiencia de datos, fué

inhumado en el cementerio.

Los restos de Murillo y Sagárnaga, de–

positados en urnas artísticas, fueron glo–

rificados en una grandiosa ceremonia, la

primera que con tan vastas proporciones se

efectuó en el curso de la vida republicana

del país. Llegaron comisiones departamen–

tales

y

se hicieron presentes los países bo–

livarianos. A los 130 años de su fecundo

sacrificio, los protomártires recibían el ho–

menaje consagratorio de la posteridad. Ese

tributo, sin embargo, hacíase permanente,

como expresión de gratitud y exaltación. El

29 de enero de 1940,

dí~

aniv·ersario de

las ejecuciones ordenadas por Goyeneche,

acabó por desvirtuarse la trapacería histó–

rica que circuló durante muchos años afir–

mando vencimientos y traiciones de Murillo.

lrrectificables constataciones históricas ter–

minaron con las afirmaciones desaprensi–

vas. Reivindicada la memoria del coronel

Presidente de la Junta Tuitiva, quedaba

despojada de las limitaciones que quisie–

ron imponerle algunos escritores. Todo esto

ocurrió cuando ejercía las · funciones de

Alcalde de La Paz don Humberto Muñoz

Cornejo.

Las urnas, con los restos venerados, re–

cibieron, en la catedral, el fervor d-efiniti–

vo, amplio y consagrador. Honrando el

pasado, guía y testamento, el pueblo se co–

locaba a la altura de quienes, desde las

palabras hasta la sangre, edificaron una

patria libre. Era la libertad, en resumen, el

contenido de la esperanza, la verdad que

pujaba desde las almas y que animó el

discurrir histórico con un aliento creador.

Empero, los gobernantes, sordos a esas in–

citaciones, se mostraron ·enemigos celosos

de la libertad, como si todos hubieran sido

miembros de la "Santa Alianza" que

fu~

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