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illares de pnswneros quedaban toda–

,·ía en territorio paraguayo. Las

g~stiones

de repatriación duraron algunos meses_

y

al concluir diciembre se tenía la certeza

de su pronto retorno.

:\.

Y E R

En pequeñas carayanas, se reintegraron

los ex prisioneros. Traían en el alma la

imborrable experiencia del cauti,·erio. La

presencia de los soldados en las calles tenía

otro sentido de aquel esperanzado año de

1932.

No parecían los mismos hombr·::s que

habían marchado a la guerra. La guerra

eran ahora ellos. Algunos miles de jóve–

nes quedaron en los caliginosos campos del

Chaco; no tornarían más.

Y

la realidad de

la pasada campaña estaba en los hospitales

de retaguardia, donde los hombres desmem–

brados física o espiritualmente en los cam–

pos de combate, trataban de incorporarse,

en un supremo gesto de voluntad, a la vida.

Pero los ciudadanos que volvían a sus ho–

gares, traían el lastre d-e un desengaño, el

hirsuto ademán de la decepción. El inútil

sacrificio, pesábales como una carga; el

Chaco habíales transformado, endurecido

el sentimiento, insensibilizado la carne. Pa–

só la guerra, pero s·eguiría durando.

En

1936,

todavía no estaba definida la

paz. Prolongábase una tregua llena de

amenazas y de rumores. En lo interior, en

el vasto territorio boliviano, tampoco ha–

bía tranquilidad. Imposible hallarla. El

presidente José Luis Tejada Sorzano -ca–

balleresco mandatario-, fué rodeado una

mañana por militares de alta graduación

y obligado a dimitir. Sin· apego al cargo,

cercado por las armas, deseó mejor suerte

que la suya a los que ascendían, a espaldas

del pueblo, al gobierno. Este ascenso tenía

una bandera: ·el Chaco perdido.

Y

desde

ese momento se abrió el campo a la demago–

gia izquierdista. Los civiles empujaban y

ayudaban a los militares, sustentando la

tesis de los hombres nuevos, en contraposi-

non de los neJOS- sobre quienes se carga–

ban yencimientos

v

fracasos nacionales. Es–

taban, pues_ en

~l

poder los que habían

concurrido al Chaco

y

allí habían acordado

apoderarse del gobierno. Abundaron decre–

tos irrealizables: ordenós-e la sindicaliza–

ción obligatoria: se crearon algunos mi–

nisterios como los del Trabajo, Minas

y

Petróleos, Agricultura

y

Colonización. Vol–

Yió con estos nuevos hombres la forma

usual del desprecio por la libertad; con–

finamientos

y

destierros, censura

y

control

d-e la prensa. Un día los partidos políticos

fueron declarados difuntos: un simple de–

creto les dió muerte oficial. Si deseaban

seguir viviendo, tendrían que hacerlo como

los fantasmas: en la sombra. El paso deci–

sivo, fué el decreto que dispuso la caduci–

dad de las concesiones petrolíferas que se

encontraban -en poder de The Standard Oil.

No será inútil iterar que alcanzaban

preponderancia las federaciones obreras,

nacían los socialismos de Estado, prolife–

raban las células izquierdistas, así como la

prensa oficial. Actuaban las ambiciones, y

los civiles, impacientes, empujaban a los

militares para valerse de la fuerza y am–

pararse en la opinión de las organizaciones

obr·eras y de ex combatientes. De este modo

aparec1o el nuevo presidente: Germán

Busch, el valiente y audaz guerrero del Cha–

co. El depuesto, cuya hora de auge había

pasado, caminó al destierro.

Y

se ·explicó

que el golpe de Estado, fraguado en las

reparticiones militares, como el anterior,

debía ahora enderezar el rumbo torcido

del socialismo estatal instaurado ·en

1936.

Repitióse el error de formar partido polí–

tico desde las esferas oficiales o hacerlo

nacer de los golpes de mano. Los puestos

de la administración pública servían para

aumentar el número de los adherentes, la

cifra de las simpatías agradecidas.

Y

tam–

bién se convocó a elecciones de "conven–

cionales", empleando recursos públicos y

la fuerza policiaria para hacer triunfar a

los partidarios del poder. La Convención

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