(padrinos y madrinas de sus criaturas), y
siempre al son de sus orquestas los cogían
para ]a
leckgentaña,
lo más conmovedor
del afectuoso ceremonial público de los re–
ligiosos aimaras, donde el obsequio con lo
recién cosechado llegaba de las manos ami–
gas que golpeaban cerca del corazón con
d
mismo regalo; y el sol y el viento, la tie–
rra y la
ckusa
(chicha) ardían con toda la
pureza vital del venerando paganismo pre–
histórico que animó al mundo entero.
Durante la colonia, lo es·encial de los car–
navales se mantuvo
y
con ceremonias de
quince días anteriores al de la Cuadragé–
sima, es decir desde el jueves de compa–
dr·es, al que sobrevenía el jue':es de co–
madres. La
chchalla
producíase por medio
del rociamiento de las chacras suburbanas
que estaban al cosechar, y por el derrama–
miento de aguas perfumadas en la cabellera
de las doncellas; la
leckgentaña,
por medio
de los golpes cuasi rudos que se causaba
en las humanidades de los carnavaleros
de ambos sexos, con los impactos de los
cartuchitos de papel de color repletos de
apr-etada harina de trigo, que reventados
esparcían la blancura eucarística del pan
dentro de las casas y por calles y plazas
de La Paz. Es muy posible que en ninguna
urbe de ambos Hemisferios se haya dado
unos carnavales más blancos que aquéllos;
y a su albura, las gentes parecían payasos,
a cual más estrafalario y ridículo, imá–
genes auténticas de los seres elementales
desbordados de algún abracadabrante sá–
bado del bosque de Boulogne en París de
Francia.
Cuando creció bastante el Pueblo Nuevo
o La Paz, y se contaban familias criollas
en buen número, la entrada de las falanges
de mamarrachos de todo tamaño, d·e las
comparsas de máscaras y de los mascaro–
nes. daba lugar al combate con ramilletes
de flores y aún con dulces y confites
(
pre–
cisamente de
esos
que hoy mismo son nom–
brados confites d·e carnaval, con corazón
de anís: o de ajonjolí o de chocopa (maní);
o de almendra del monte: o de nuez. o de
coco yungueño), desde la calle contra los
parapetos altos que eran balcones, y vice–
versa. En el siglo próximo anterior al nues–
tro, todavía se dice que se vieron también
a los antiguos señores o connotados veci–
nos, entrar ese domingo integrando la fa–
rándula caballeros a mula o caballo, en–
jaezados lujosamente los brutos, y, aquéllos,
provistos de sacos o talegas (en vez de al–
forjas) llenos de confites, unos y de car–
tuchos de harina perfumada, otros, y lle–
vando a la banderola primorosas escarcelas
de cuero de donde pródigamente extraían
los tomines (dos reales) y los chchascas
(peso de a ocho reales, de treinta peniques)
o los medios bolivianos, para echarlos a la
multitud walaychera que pedía dinero al
grito de
¡"chauchita, chauchita!
ni más ni
menos que en nuestros días, con la diferen–
cia de que ahora la chancha es de cobre
o de níquel.
BAILES CARNAVALEROS
Hasta antes de la Guerra del Pacífico,
no se conocía lo que se llama comparsa de
carnavales, o sea la pandilla de jóv·enes
organizados para bailar, que llevan un mis–
mo traje o disfraz, tienen delegado uno de
entre ellos para responder ante la policía
urbana en caso dado, y cuentan de ante–
mano con la aquiescencia de varias señori–
tas o familias para ir a danzar en sus casas,
por el procedimiento de nombrar reinas de
la comparsa.
Antes de aquel evento, allí donde había
hijos jóvenes, los padres resolvían por sí
mismos "abrir sus salas" en los tres o en
uno solo de los cuatro días de carnestolen–
das; para esto, los pongos ayudados por las
dueñas, arrinconaban en sitio apartado los
adornos del salón de recibo, los muebles
delicados como las mesas rinconeras, las
lunas y los espejos, los retratos; los tarje–
teros de porcelana y las colecciones de
co–
las
de bautizo y de boda, que a veces no
eran cintajos con flor artificial solamente,
sino medallas de plata. Finalmente, alza–
ban los alfombrados y los llevaban arrollán-
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