dolos al cuarto de monturas, cuando el piso
del salón era entablado, y si no, ponían el
mismo tripe revuelto sobre periódicos pa–
sados de fecha, o lo reemplazaban con otro
de coco. Y encima de ello los
ckgaras
y los
hombres maduros, le daban duro
y
parejo
al baile con las chotas (señoritas que ya
habían alargado el vestido, o la cola)
y
las
jamonas.
Cuando iban a ingresar a una casa de
familia, personas agrupadas, el amo salía
a la puerta de calle con uno o más parient-es
por edecanes, y preguntaba a los alegrones:
¿Quién garantiza por Uds.? ¡Abajo las ca–
retas!
Se cumplía la conminatoria y uno
de los caballeros, conocido o no en la casa,
decía "Yo", y siendo extraño, daba su tar–
jeta. Éste era el control del buen
pater fa–
milias
antiguo, en los días del 1670, o del
1750, o del 1897. Y el danzar a los com–
pases de la contradanza, del aguaynieve, del
cielito en batalla (días de la guerra de la
Independ-encia) y de la polca; después, a
los del chotis
y
del valse. Cuando se abrían
carnavales con asistencia del gobierno en
palacio o en otra casona de gente principal,
se daba comienzo al baile con pavana, mi–
nueto u otra d-3 esas danzas de tañido es–
cénico y llenas de cortesanía, en las que las
casacas retebordadas con hilo de oro escan–
daloso, los sombreros de tres picos, los
calzones hasta la rodilla, las medias de seda
y las zapatillas con hebillones d·e oro o pla–
ta, de los copetudos, obtenían éxito enfren–
tados a la ampulosidad de las faldas abom–
badas a punta de miriñaque, en gros de
aguas o regios brocados, y los corpiños de
felpas ultramarinas; y sobre las cabezas los
peinetone& flamencos como apasancas ram–
pantes.
Loa carnavales, cuando ya hubo Club de
La
Paz, se abrían con la ·
matinée
del con–
sabido domingo, y tres o cuatro cuadros de
la gentil cuadrilla de
Lanceros,
y en segui–
da, la juventud bailaba la cuadrilla fran–
cesa, más jovial, a lo que seguían los valses
sensuales de la corte de Francisco José,
el de Viena.
LAS COMIDAS DE AQUELLA SEMANA
En consonancia de los carnavales, que
iniciábanse con el corso que en La Paz toda
la vida se llama
entrada,
y entre los com–
bates con harina y mistura de pétalos de flo–
res y papel picado, en las calles y los bal–
cones, a las tres de la tarde se quedaban
sin gente los salones bailaderos, y de la
misma llenábanse Jos comedores impresio–
nantes por la importancia que d-emostra–
ban, de altares de capilla,
y
su mesa larga
y ancha luciendo las alcuzas con pretensio–
nes de tiovivo por lo aparatosas.
En esa primera entrada a los comedores
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servíase la fruta de estación, de los valles de
Sapahaqui, Caracato, Luribay y Zongo,
y
de las huertas de todo lo de Río Abajo;
también fruta de Moquegua y Tacna, que
portaban a tiempo los costeños de entonces,
a bordo de sus mulas pianeras, que los sá–
bados llenaban las ca,sonas situadas donde
ahora es el Palacio de Justicia, tambo de las
Concebidas, y en la calle Colón, a un paso
de la plazuela de la Merced, y el tambo
de harinas donde está hoy el edificio de
los Munguía, comienzos de Chocata o calle
Sagárnaga, y también el tambo de Quir–
quinchu, sobre la plaza de Churupampa.
Servíase también alojas y mistelas; hu–
mintas con ají o azúcar y pasas; en otras
mesas se concretaban al asado de lechón
y
al vino tinto.
Descontado que no existía el hábito de
poner cantina, en los cortos intervalos de
baile, los domésticos se deslizaban con
maestría teniendo en manos las bandejas:
(charolas, se d-ecía) sobre las cuales ali–
neaban los altos
chops
de la cerveza, que
entonces tenía malta y no el infame quillay
irritante.
En la hora de las ánimas, acallada la
estudiantina o el simple piano, los danzantes–
funambulescos entraban a la cena, para la
que era fijo que estaba dispuesto el puche-–
ro más sensacional del año, cuyo caldo
se sorbía primero en pocillos de plata,
y
sobre la misma comida, el paceño llevaba
la ventaja de presentar las rosadas o ama··
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