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ña plaza. En el año

1885,

había en, la ciu–

dad sólo dos matronas. Quiso aumentar este

servicio

y

el único medio efectivo de rea–

lizarlo fué subvencionando para iniciar un

curso de obstetricia. Pero las necesidades

crecían y la población empujaba el pro–

greso. Se fundó entonces un cuerpo de bom–

beros. El museo, al lado del hospital de

la caBe Loayza, recibía al público. Orga–

nizábase una Caia de Ahorros y Monte de

Piedad, que empezó sus labores con 5.000

bolivianos, gerentado por Benedicto Goi–

tia. Un local trabajado por la Municipali–

dad para la facultad de medicina, fué en–

tregado al servicio. Para estimular la afi–

ción de la lectura, fuera de la biblioteca

oficial, se fundó la .Biblioteca Popular

"14•

de Julio". El servicio de agua era todavía

callejero; pero ya se proyectaba una ins–

talación m'ás acorde con las necesidades de

la población. El espíritu público de los ve–

cinos manifestábase desinteresado y prác–

tico; los padres de familia que organizaron

el Instituto Nacional Boliviano, cedieron a

la ciudad 660 metros cuadrados de tierra

para ensanchar la caHe situada al sudeste

del valle de Sopocachi; Romero Soriano

donó una casa para hospital; Lucio Pérez

Velasco obsequió una mesa de operaciones

a la misma institución; Vicenta Munguía

v. de Barriga entregó una casa suya, si–

tuada en la calle Illampu, para un asilo

de pobres v·ergonzantes. Las fincas munici–

pales sufragaban los gastos de los hospi–

tales, que eran ya tres; el de mujeres, el

de varones y el Lazareto.

Las escuelas municipales no ·eran mu–

chas todavía: San Francisco, San Agustín,

Junín, Bolívar, Sucre, San Sebastián, dos

escuelas de señoritas, la Normal y dos en

zonas de población indígena. Subvencioná–

base, además, a 9 particulares: Liceo Sucre,

Liceo Porvenir, Lic-eo 16 de Julio, Liceo de

la Merced, Liceo Americano, Instituto de

El Carmen, Instituto Independencia, Insti–

tuto Nacional Boliviano. Pero no sólo eso:

gastaba sumas fijas anuales para estimular

la instrucción en provincias.

Funcionaban sociedades literarias, aca–

demias, facultades de medicina y derecho.

La biblioteca creada por Santa Cruz, abría

sus puertas en la calle Ingavi; y en otro

barrio, la biblioteca Popular. La ciudad de

fines del siglo pasado, que los duros hom–

bres ·del Norte construían a paso cada vez

más acelerado, tenía un alma propia, una

fisonomía peculiar; cumplía el proceso ló–

gico

1

de su crecimiento y su progreso.

En aquella hora, la primera necesidad

eran los cuarteles. En el interior de estos

edificios se discutieron y pianearon, con

el nombre de

·revolucione~,

las más inau–

ditas calamidades nacionales.

Y

los cuar–

teles en La Paz eran: Tambo de San An–

tonio, Casa de Ariñez, casa de Borda, casa

de Lemus, cárcel Loayza, palacio Episco–

pal, Claustro de San Francisco, mercado

Sucre, Casa de la Moneda, Convento de la

Merced, Palacio de Gobierno, Cuartel de la

Plaza. Algunos yacían en ruinas.

El vecindario se proveía de los artículos

alimenticios traídos por los indígenas y po-r

los comerciantes pequeños. Las distancias

encarecían los costos, pero no ocasionapan

escasez. El abasto de harina, estaba en la

calle Sagárnaga; el Tambo de carbón, en

la calle Rodríguez; la recova, entre las

ca~

lles Ayacucho y Colón; desde

1849

fué

convertida en cuartel,

C~?rriendo

igual suer–

te que el mercado Sucre. También existían

los mercados San Francisco y San Sebas–

tián.

La casa de gobierno fué, en varios perío–

dos, el antiguo Cabildo. Ballivián la hizo

demoler para levantar otro edificio, que

fué concluído en el tiempo de Belzu. Los

tribunales de Justicia funcionaban en un

departamento d·e los altos del Mercado Pú·

blico, porque el edificio que Sucre hiciera

construir fué vendido. La Universidad tenía

su sitio en el Loreto, donde se reunía tam–

bién el Congreso. La aduana estaba en la

Plaza San Francisco; el Municipio, en el

piso alto del Mercado Público y la Casa

de Gobierno, en la calle Ayacucho.

.Los tambos eran como las venas del or-

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