los oficiales y
oposit~res
y se extendían en
el pueblo.
No podía asegurarse que Baptista hubiera
hecho un buen gobierno, flanqueado por
todas partes por la tacha del origen de su
poder, acosado a cada momento por el li–
beralismo. Sin embargo firmó con Chile el
tratado de 1895 con la intención de asegu–
rar un puerto a Bolivia, que posteriormen–
te fué despedazado.
REVOLUCióN FEDERALISTA PARA EL UNITARIS–
MO LIBERAL
Aquella lucha política - se precipitaba
hasta las fronteras de la violencia. Las elec–
ciones eran las válvulas para que los par–
tidos dieran escape a su hostilidad. Como
una traducción r·egional de aquel
ambient~
belicoso las elecciones municipales de
18?3, en La Paz, fueron disputadas con
verdadera pasión. La mayoría constitucio–
nal quiso interferir el ingreso de los muní–
cipes opositores. Tachó a uno de ellos de
deudor al fisco y a otro, de estar inhabili–
tado para asumir dos representaciones: la
nacional y la edilicia. La prensa oficial y
los círculos conservadores, tildaban de
"club liberal" al Concejo. Los incidentes
oratorios y publicitarios alcanzaron hirien–
tes manifestaciones de beligerancia. Empe–
ro, pasados el escándalo y la agitación
popular, el incidente tuvo su arregl-o.
El13 de mayo de 93, el general Eliodoro
Camacho y el señor Nicolás Acosta comu–
nicaron de Buenos Aires haber recogido
los restos del general José Ballivián, que
habían permanecido sepultados durante 28
años en el mausoleo de la familia Ramos–
Mejía. Para trasladarlos, el Concejo nom–
bró comisionados a los señores Carlos Bra–
vo y Ramón Ballivián.
Una nueva arteria, la avenida
Arce
baja–
ba como prolongación de la
Alameda.
Des–
de que fué inaugurada por el presidente
Aniceto Arce, había sido ornadá de árboles
y al final era acogedora una plazoleta con
quioscos. Amplia, sombreada por el follaje
de la arbolada que crecía en el borde de
las aceras, se convirtió en el lugar favorito
de los paseos urbanos. A no mucha distan–
cia de allí, los domingos y los días festivos,
llenábase de espectadores el Hipódromo de
Sopocachi, trabajado en 1888 por el Spor–
ting Club y, después, administrado por el
Club Hípico La Paz. En casi todos los ba–
rrios habían polígonos de tiro al blanco.
Las distracciones no faltaban. Las parro–
quias tenían más de una fiesta anual con
costumbres propias, derroche de fuegos ar–
tificiales, verbenas y procesiones, que eran,
una vez transcurridos los
oficio~
religiosos,
motivos de expansión. Entonces· formábanse
las vendedoras de ponches, dulces y platos
picantes, en largas ringleras. Y durante el
día, música criolla e indígena, juegos po–
pulares y paseos largos.
Los domingos las familias trasladábanse
a las chacarillas d-e los contornos o a sus
haciendas, mientras el pueblo iba a rego–
cijarse en Potopoto, en Obrajes, llevando
sus orquestas de guitarras, concertinas y
mandolinas.
Los trabajos de enrielado para el ferro–
carril Oruro-La Paz avanzaba lentamente.
No habiéndose cumplido en el plazo otor–
gado a la empresa, se lo amplió por reso–
lución a ocho meses más.
Una mañana, la del 19 de abril de 1894,
la población pudo presenciar un espec–
táculo insólito. A las 10, salieroo d-el mo–
nasterio de las Concepcionistas diecisiete
monjas, dirigiéndose a las oficiqas episco–
pales. Los transeúntes
mirábanl~$
asombra–
dos. Por primera vez los ojos humanos,
pecadores, veían por las calles a monjas
con voto perpetuo de
recl~ión.
Los cu–
riosos, hombres y mujer-es, se agolparon
en la casa d-el señor Obispo. Se supo los
motivos de la fuga. Había sido por pedir
"amparo contra las hostilidades de las de–
más monjas, que obraban a impulsos de la
voluntad de algunos malos clérigos y frai–
les". ¿Qué impulsos eran aquéllos?, pre–
guntábase la gente. ¿Qué querían curas y
frailes? Las ambiguas respuestas no pu–
dieron satisfacer al pueblo, cuyo sentido
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