ganismo social. Allí llegaban los pequeños
comerciantes nativos y foráneos. Cada uno
de aquéllos poseía una especialidad y una
designación: el tambo de aguardientes; el
de quinas y tabaco; el de harinas; el de sue–
las; el de carbón; el tambo de los challapa–
teños; el de los costeños, que traían pro–
ductos de ultramar, y otros más.
Antigua Plaza de Armas de La Paz donde se ostentaban
la pila de berenguela y la torre del Loreto cuya cúpula
asol111l sobre la fronda del parque antiguo.
Las plazas eran ya varias: la 16 de Ju–
lio, la de La Ley, en el antiguo enterratorio
de La Merced, donde ahora &e levanta el
Mercado de Flores; la de San Francisco;
la Alonso de Mendoza, la de Caja del Agua,
la de San Pedro. Los paseos: la Alameda,
Sopocachi, San Jorge, San Isidro de Poto–
poto, Challapampa, Obrajes.
Había dos cervecerías, numerosas fábri–
cas, un comercio mayorista y minorista cre–
cido; el Banco Boliviano, creado en 1868;
el Hipotecario, en 1869; el de Quinas, en
1843, para monopolizar cascarilla, y el de
la Coca y Consignaciones.
La propuesta del ferrocarril a Huancha–
ca, con una prolongación hasta Oruro y La
Paz, era objeto de estudio de los entendidos
y del
coment~rio
de los profanos. Se pro–
yectaban empresas mineras arriesgadas. La
plata era el tema seductor, alucinante y
con sabor de aventuras. Los ferrocarriles,
sin.duda, relacionábanse con ese metal que,
con sus ganancias extraordinarias, encendía
las ambiciones y tentaba a todos. Bolivia
siempre fué un país de silos
y
trabajo sub–
terráneo. En los años finiseculares se mul–
tiplicó esa actividad. El estaño se trabaja–
ba y se exportaba, pero no constituía la
atracción tentadora para los hombres ni
para los capitales. Era interesante advertir
que, ante la crisis económica que afectaba
al Estado, el desequilibrio hacíase patente
con la riqueza privada. Nacían en es·e tiem–
po algunas nuevas fortunas. Y todo cuanto
vivía y sufría el país, reflejábase inmedia–
tamente en La Paz.
El río, el legendario Choqueyapu, podía
citarse como el símbolo del pueblo paceño.
Todo el tiempo corría sin amenazas; pero,
de cuando en cuando, bajaba caudaloso y
terrible. De manso y cantarín, hacíase fu–
rioso, rugiente, oscuro, pesado. De igual
manera, los habitantes de la cuenca pa–
ceña fueron a lo largo de la historia pue–
blo paciente, laborioso, tolerante; pero
cuando fueron requeridos al cumplimiento
de imperativos superiores, cuando hubo que
d·efender la Constitución o abatir a quienes
la hollaban, la creciente popular era como
la creciente del río: desbordábase inconte–
nible. Existía, pues, identidad entre esta
fuerza permanent·e que es el Choqqeyapu
y el hombre que moraba en sus riberas;
los dos marchaban sin detenerse frente a
ningún obstáculo. El año 1886, el río bajó
turbio, vigoroso, con ímpetu devastador;
socavó los cimientos de los puentes; el de
Obrajes, hecho durante el tiempo de Sán–
chez Lima, se desmoronó y algunos otros
sufrieron daños. Hubo de realizarse gran–
des empeños para reconstruirlos.
Don Adolfo Durán ofrecióse, con caráé–
ter honorario, para efectuar trabajos de es–
tadística. En pocos meses tuvo concluído
un cuadro de demografía con la estadística
civil, el índice de contratos públicos, el del
catastro de la ciudad, Ja estadística de ins–
trucción pública, la agrícola, el censo per–
sonal, el movimiento del cementerio y el
de la biblioteca. De este trabajo se despren–
den los siguientes datos sumarios: 93 es–
cuelas primarias funcionaban en el Departa-
214