moral no transigía con explicaciones aco–
modadas a las circunstancias. Algo delica–
do, grave, hería su rectitud cristiana. ''El
hecho como es de suponer -comentaba
José S. Crespo- causó gran escándalo en
la ciudad y fuera de ella; pero los autores
han quedado impunes".
Sorteando la resistencia y el desconten–
to, luchando con una caudalosa oposición
liberal, Mariano Baptista llegó al fin de
su gobierno, que no fué un modelo de lega–
lidad ni de sujeción a los dogmas de la ley
que había predicado y sostenido desde los
tiempos turbulentos de Manuel Isidoro
Belzu. En el gobierno no pudo ser el in–
flexible legalista que fuera en la oposición.
En cambio, aliado con el clero, supo in–
suflar a su partido -el cons-ervador- una
doctrina de pasión excluyente, de intereses
de círculo. La religión, con Baptista, bajó
del púlpito, salió de las iglesias y se mez–
cló en las beligerancias callejeras del ban–
derío pequeño.
En las elecciones salió triunfante, frente
al candidato liberal coronel Pando, con
apoyo oficial -el irremediable apoyo ofi–
cial de suc-esiones presidenciales-, Severo
Fernández Alonso. El nuevo mandatario era
la prolongación de sistemas generalizados
desde el poder y el anuncio de una lucha
política enconada.
Ella significaba, para el constituciona–
lismo, la permanencia del Gobierno en
Sucre. Salieron a relucir rezagadas cues–
tiones de capitalía. En la historia boliviana,
ese asunto no había asumido hasta enton–
ces significación alguna. De pronto alcan–
zaban resonancia vasta, engrandecida por
la ceguera. Desde las protestas y· actas le–
vantadas en Sucre -1893-, cuando Bap–
tista convocó al Congreso para reunirse en
La Paz, habían venido circulando venenos
disociadores que el cálculo y la imprevi–
sión pretendieron hacer mortales. La mejor
manera de combatir a los liberales, en el
concepto conservador, era tener el gobierno
en el Sud. En esa hora sin grandeza, la
mayor
par~e
de las fortunas, eran poseídas
por conservadores, y
e~te
dato acaso expli–
que muchos desvíos en las mutaciones
bruscas producidas en política.
Las elecciones municipales en La Paz
para el período d·e 1898, habíanse efectuado
con irregularidades, debido a la decisiva
presión oficial. La discusión sobre creden–
ciales, salpicó a todos y se tradujo en la
prensa, desde cuyas columnas se mantuvo·
en alarma al vecindario. Era una de las
formas agudas, agudizadas más bien, cómo
se prolongaba la pugna entre constitucio–
nales -que s-e daban el placer de actuar
al margen de la Constitución- y liberales,
que no desperdiciaban la oportunidad de
ganar ventajas para agredir al oficialismo.
Y esta vez, derrotados en elecciones, acusa–
ban de fraudes electorales al gobierno.
Y éste, mediante decreto de 13 de enero,
suspendió las funciones del Concejo Muni–
cipal de La Paz, hasta que la Gorte Supe–
rior del Distrito fallara sobre las deman–
das electorales que fueron incoadas. El de–
creto no amilanó a los liberales. Pese a la
orden y al decreto, se inaug.uró.
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año mu–
nicipal. En respuesta, el Prefecto cerró,- con
fuerza pública, el recinto comunal.
El 16 d·e enero se efectuaba el recuento
de votos. El jurado fué dispersado por la
pplicía y tachado de
sediGen~e.
Volvió, con
estos sucesos, el tumulto a la calle, y en
un choque de bandos encontrados murió el
joven Ezequiel Eduardo, cuya sangre exa–
c-erbó más todavía la inquieta actitud
popular.
Considerando graves los aoontecimien–
tos, el gobierno, informado por el Prefec–
to, se apresuró a intervenir la municipali–
dad. Inmediatamente después, el 17, esta–
bleció ·el estado de sitio en La Paz. Decía
el documento: " ... el titulado Concejo Mu–
nicipal con una actitud subversiva y que
trata de propagarla en términos que com–
prometen el orden público; que el cuerpo
de jurados de aquella ciudad ha descono–
cido la autoridad del Prefecto y ha llegado
a ocasionar en los disturbios una víctima".
En otro considerando agregaba: " ... que
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