la opinión pública demanda el castigo de
los pe¡turbadores de la paz y de la tran–
quilidad imper3:nte".
En seguida fueron detenidos los señores
Zoilo Flores, Fernando Guachalla, Luis F.
Jemio, Ismael Montes y Celso Segundo Bor–
da, a quienes se impuso confinamiento.
Llevado el incidente a la Corte de
J
us–
ticia, ésta falló declarando ilegal la revi–
sión de votos que realizaba una mesa' com–
putadora. El 4 de marzo, se suspendi·eron
los efectos del sitio y se restableció el fun–
cionamiento del Concejo. Pero los hechos
habían dejado una honda huella de res–
quemores.
El 20 de octubre de 1897, se efectuó en
La Paz una exposición industrial, que se–
ñaló, con índices memorables, el empuje
alcanzado hasta entonces por la iniciativa
particular y el capital privado, a pesar de
que la minería era el primer motivo de
atracción para muchos. La fabricación de
licores y melazas constituía ya una indus–
tria crecümte; se fundían. metales, en pe–
queña escala; los tejidos y lqs añiles nativos
se destacaban por la fijeza de su colorido;
la platería ensanchaba sus posibilidades. Y
en general la pequeña industria mostraba
progresos crecientes. Amenizando la vida
paceña, actuó el año 1896 una compañía
de zarzuelas. La presencia de los espectácu–
los era frecuente. Drama y comedia en el
teatro, daban aliciente a las compañías que
sabíanse de este modo compensadas del
largo y fatigoso viaje desde las vecinas
repúblicas.
Antes de ingresar en la revolución fede–
ralista, conviene hacer un ligero acopio de
recuerdos. En la asamblea constituyente
de 1871, Lucas Mendoza La Tapia deslizó
la iniciativa de implantar en el país la or–
ganización federal. Evaristo Valle contro–
vertió, y en el ardor del debate, hablaron,
desde bandos encontrados, brillantes ora–
dores. El voto decidió la continuación uni–
taria. Cuando Hilarión Daza asaltó el po–
der, se presentó un estallido revolucionario·
en Santa Cruz, encabezado por Iháñez, sos-
teniendo pendones federalistas; el fusila–
miento cortó la tentativa. El año 1889, un
diputado cochabambino, y otro cruceño,
propusieron al Congreso, reunido en Sucre,
el
tra~lado
de la capital a La Paz.
He ahí el punto de partida de los en–
conos regionales. Los políticos, los orado–
res, la prensa, los humildes ciudadanos, el
pueblo, todos hablaban de unitarismo y
federación.
El gobierno ·residía en Sucre. Un día
anl.Jllció su visita al Departamento de La
Paz. La noticia alarmó al vecindario de la
Capital y, en torno del tema, se tejió una
trama de intriga y de rumores para evitar
el viaje. Temíase que no volviera más. Días
después, en el gabinete, se discutió la ne–
cesidad de trasladar la capital a La Paz.
Sostuvieron esa idea los ministros Pinilla
y Gutiérrez, controvertidos por Gómez, He–
rrero y Baldivieso.
La convulsión entre los pueblos se hacía
tirante, indeclinable. Reunióse en Sucre,
-ya no podía ser en ninguna parte- el
Congreso, y fué la hoguera en que ardieron
las pasiones regionales. Casi al mismo tiem·
po, la municipalidad de Sucre planteó a
las demás la realización· de una suscripción
popular para ·la defensa nacional, debiendo
centralizar los fondos la proponente. No
había, en realidad, peligro en las fronteras.
La sugestión hablaba también de dominio
absoluto sobre las demás municipalidades,
desconociéndoles sus peculiares atribuciones
y su independencia. En respuesta, la de La
Paz tachó de poco práctica la iniciativa y
luego se burló porque las "pequeñas colec–
tas o ahorros del menestral o del buen ciu·
dadano apenas podrán ser suficientes para
comprar pocas armas o escasos menesteres
de guerra". La defensa debe ser atendida
-recordó- por el gobierno, cuando apa–
rezca peligro para la patria. Como siempre
lo hizo, la comuna colaborará en la escala
de sus recursos. Pero era necesario que
exista esa emergencia que sólo veía la mu–
nicipalidad chuquis.B:gueña.
En La Paz la gente s-e
preguntaba~
tra-
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