vió a Edelmira Belzu v. de Córdova, su
capital retenido; la limpieza de los cami–
nos se efectuaba con el trabajo gratuito de
los indígenas; se destinaron fondos para
premiar la feria anual de artefactos; se
concedió, con candoroso optimismo, la ciu–
dadanía boliviana a todo sudamericano; se
ordenó y efectuó la venta de tierras de co–
munidad, en base al despojo, el abuso y
la ambición; autorizóse el establecimiento
de un Banco Hipotecario y un Banco de
emisión; y en el plano de las promesas y
los intentos indiscriminados, se firmó un
contrato para la construcción del ferroca–
rril de La Paz a Aygachi.
· Frente al hecho internacional derivado
de la toma de las islas Chincha, y la guerra
de España con el Perú y Chile, Melgarejo
ofreció ayuda a los países vecinos agredi–
dos. Con esto, la frialdad de la
Cancille~ía
del Mapocho se transformó de modo radi–
cal. Las gestiones para un tratado de lími–
tes, cerradas por la autorización legislativa
de Bolivia para declarar la guerra, se rea–
brieron en un nuevo terreno seductor. Mel–
garejo, halagado, nombrado general del
ejército chileno, aceptó cmanto le propu–
sieron, y firmó el tratado de lO de agosto
de 1866. El Brasil también obtuvo venta–
jas. Cientos de miles de kilómetros cua–
drados fueron regalados a cambio de lison–
jas. Los dos tratados fueron aprobados, por
imposición, en el congreso revnido con este
motivo, así como el tratado de alianza ofen–
siva y defensiva contra España, firmado en
Lima. Pero el congreso hizo más: aprobó
los actos de la tiranía y se complicó con
ella. Y en contraposición con la realidad,
dictó una Constitución liberal, la más libe–
ral de todas las constituciones.
Un día, Melgarejo, su comitiva oficial y
un batallón de
~scolta
llegaron a la plaza
San Francisco para asistir a una ceremonia
religiosa. Desde uno de los toldos del mer–
cado; Cecilio Oliden, que sufría accesos de
enajenación mental y que era conocido co–
mo "El loco", lanzó dos piedras al presi–
dente. Dos ridículos guijarros. El general
Crespo, de la coiniUva, se abalanzó sobre
el demente y lo arrastró hasta una de las
paredes de la portada de la iglesia. El loco
gritaba: "Viva Dios y yo". Melgarejo dió
orden de fusilamiento. Oliden no murió;
los sables de los sayones acabaron con él,
despedazándolo.
En ese hecho vió el oficialismo las ga–
rras de la revolución. Buscó a Juan Ramón
Muñoz Cabrera, como cómplice del loco.
Los adictos al régimen visitaron el palacio
para lamentar el crimen y solazars-e por el
fracaso del "atentado criminal". Por ban–
do, se comunicó que se trataba de un golpe
de estado contra la Constitución. El propio
Melgarejo lo dió, asumiendo la totalidad
de poderes.
Poco después, un señor Patiño fué lla–
mado por el general Antezana, llevado al
cuartel de batallón 3
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y flagelado allí. Un
sargento quiso interceder y recibió un sa–
blazo que le partió la cara y, más tarde, lo
llevó a la tumba. Melgarejo inteptó, por
primera vez, hacer un proceso, pero los ge–
nerales y coroneles pidieron que no "se siga
la causa". Se la cortó, pues, estableciendo
la irresponsabilidad. Fué entonc'es que un
escritor chileno decía: "La actualidad de
Bolivia, cuando no ofrece crímenes, no ofre–
ce nada".
En este tiempo, aparecían, en legión, los
gestores de contratos con el Estado, los
aventureros que buscaban gobiernos ton–
tos para vivir de ellos. "El gran Capitán
del Siglo" los recibió a montones. Podría
seguirse relatando la calamidad nacional
que implicó para el país el gobierno Mel–
garejo, a quien algunos hombres notables
prestaron colaboración decidida; no lo
haremos.
Señalamos ya que el pueblo no acompañó
al régimen. Estuvo no sólo al margen sino
frente al gobierno. Pero para falsificar la
opinión, Donato Muñoz persiguió a los pe–
riodistas independientes, a los políticos opo–
sitores que oficiaban también en el periodis–
mo, y formó una pequeña corte de adulado–
res serviles a quienes pagaba para que
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