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la rebelión legalista. Melgarejo emprendió

camino para apagarla con el poder de su

ejército. No poseía otro fin que luchar con–

tra la Constitución y ·aplastar pueblos que

pedían leyes. Oruro, Cochabamba, Sucre,

Potosí -todo el país contra Melgarejo y

por la ley fundamental- actuaban secun–

dando el movimiento de La Paz del 25 de

mayo. Santa Cruz y Beni también hicieron

conocer su repudio y: resistencia. Melgare–

jo se movió de uno a otro lado. En ese mi–

nuto, Narciso Campero, que se s·eparó del

oficialismo, dudaba si ayudaría a los re·

volucionarios de Potosí o se extrañaría vo–

luntariamente. Optó por lo último.

En La Paz, el coronel Castro Arguedas,

ascendido a general por el pueblo, había

sido reconocido como jefe del Norte y

presidente provisorio. Las masas reapare–

cieron en escena para batirse por la ley, y

allí un adolescente todavía, que terminaba

su instrucción media, se pr·esentó como vo–

luntario: era José Manuel Pando, y con él

legiones de hombres jóvenes y viejos. Re–

nacía, pues, la esperanza, y se cimentaba

en la energía y el fervor de los voluntarios,

en su desprecio a la vida. Nadie rehusaba

morir por una Constitución.

Melgarejo había ahogado el pronuncia–

miento de Potosí en el combate de la Can–

tería, donde fué muerto el poeta Néstor

Galindo, cuya madre, en otra época, clamó

por la vida de Melgarejo cuando Belzu le

condenara a muerte. Al otorgar el perdón

éste había vaticinado: Melgarejo causará

ruina, luto y muerte. Cumplíase, pues, la

profecía.

Castro Arguedas, con una división de

2.000 hombres se movilizó hasta Oruro.

Jefe titubeante, fué retrocediendo mientras

avanzaba Melgarejo. El 24 de enero de

1866, en el combate de Letanías, fué ven–

cido el ejército constitucional, que

habí~

efectuado operaciones indecisas y de dudo–

sa eficacia militar. Sobre ese triunfo, Mel–

garejo asentó su dominio. La Paz se prepa–

ró a la resistencia; pero el tirano ofreció

-el perdón. Y después de su regreso a la

ciudad, olvidó promesas y desencadenó la

persecución más implacable. Fusiló a va–

rios ciudadanos.

Para sustraerse de la ira del tirano, lar·

gas caravanas de gente abandonaron el país

o, por lo menos, fueron alej'ándose de los

centros urbanos. Había un aparente abati–

miento general, desde cuyo fondo emergían

los resplandores de la pasión de lucha, de

la voluntad de conseguir libertad, y este

ímpetu coloró con sangre el largo dominio

melgar·ejista. La ley, la libertad, la tran–

quilidad, se enclaustraban abajo, en el al–

ma popular; mientras desde los escaños

oficiales rendíase culto a la anarquía, a la

simulación, a la cobardía, a la delación.

Llegarán otras oportunidades: lo sabe el

pueblo, y espera. Y conoce, asimismo, que

sobre centenares de muertos se levanta, in–

solente y sedienta de venganza, la tiranía.

Mas no le dará sosiego: estará siempre pi- '

sando sus talones, haciéndole imposible la

tranquilidad. Pero dominaba "el ebrio

condecorado, divinizado, omnipotente".

Avasallando todo, había hecho virtud del

crimen y · normal función del terror. La

adulación, la infidencia, merecían premios.

El anónimo, ia acusación sin responsabili–

dad, se elevaban a la categoría de servicio

público eminente. Por una carta sin firma,

Melgarejo hizo apresar a Benigno Clavijo,

M. Bustillos y otros ciudadanos. Empero,

en los papeles oficiales, Donato Muñoz sos–

ténía que a Melgarejo le "estaba reservada

la gloria de salvar al país". Poco después,

el gabinete en pleno, con las firmas de Mu–

ñoz, Lastra, Rojas y Revollo, adulaba en

escala ministerial,

a~ordándole

los títulos

de "Gran ciudadano de Bolivia, Conserva–

dor del Orden y de la Paz Pública".

En esos días, en La Paz, se hizo cargo

de la Universidad don Evaristo Valle; los

vocales de la Corte Superior de Justicia

eran Avelino Veamurguía, Rudecindo Car–

vajal, Miguel Monroy de Portugal, Lucas

Palacios, Tomás Peñaranda y Jacinto Vi–

llamil. Se concedió 4.000 pesos de pensión

a la viuda del general Ballivián; se devol-

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