aplaudieran al desgobierno. Alguna vez
apareció en la prensa un trabajo firmado
por Melgarejo acerca de don José Ballivián,
y
entonces los áulicos escribientes descu–
brieron dormidas manifestaciones del genio
literario del presidente.
Y he aquí lo último. El cerro de Santa
Bárbara era un obstáculo para comunicar–
se con el valle de Potopoto. Melgarejo re–
solvió, por decreto, hacer un camino "reba–
jando la pendiente del cerro por donde cruza
el camino que va de la ciudad al vecino
valle". La gente acomodada hubo de dar
herramientas y los artesanos trabajo, tur–
nándose con los soldados y con los indios.
El día indicado, hubo discursos abundan–
tes. Melgarejo, en persona, echó una palada
de tierra, siendo imitado por los ministros.
La prensa oficial encontró comparaciones
mitológicas para esta singular hazaña.
El espíritu indomable de La Paz necesi–
taba una oportunidad para manifestarse en
toda su energía rectora. Había viajado
Melgarejo para aplastar en Potosí una re–
volución y logró ahogarla en sangre, como
era su costumbre. Para Bolivia había una
sola esperanza: La Paz. Y La Paz se había
levantado con un coraje mayor que en otras
ocasiones. Apareció en la ciudad el coronel
Agustín Morales, el militar de los motines,
como lo fueron casi todos los militares. El
Facsímil de los pesOs Melgarejo o "Dos caras", con las
efigies de Melgarejo
y
Muñoz.
nombre era indiferente; la causa poseía
sustantividad. Podía ser Morales u otro.
Pudo haber sido Casimiro Corral. El man–
dato era restablecer las libertades; traer
de nuevo la Constitución, retaceada por el
despotismo. El pueblo, unánime, se alistó
para la lucha. No era un motín militar o una
revuelta de facciones, sino un alzamiento
general.
Melgarejo r·egresó envanecido por su
triunfo en Potosí, donde humilló a sus habi–
tantes y entregó la ciudad a la furia de la
soldadesca. Se detuvo en El Alto, y desde
allí envió un ultimátum ofreciendo perdón
Agustín Morales aclamado por el pueblo después
del triunfo sobre Melgarejo.
anticipado. Su secretario, Mariano Donato
Muñoz, decía .al secretario del nuevo go–
bierno, Casimiro Corral, que depongan las
armas los rebeldes y "ahorren nuevos re–
gueros de sangre"; prometía, además, una
entrada pacífica; que no reconocería ene–
migos políticos y que trataría por igual a
los comprometidos y a los inocentes, y fi–
nalmente, que en el término de diez días
Melgarejo dimitiría la presidencia ante el
Consejo de Ministros. Casimiro Corral re–
chazó la intimación: "Está en la conciencia
de US. H. que en la administración a que
pertenece, se han cometido todos los críme–
nes posibles; se ha hecho ostentación de
todos los vicios y no ha habido falta ni
error que no se hubiese realizado, con de–
trimento de los derechos sociales e indivi–
duales de Bolivia, cuya disociación y mi–
seria no pueden ser más completas". Agre–
gó luego:
"El pueblo
de
La Paz ha jurado
solemnemente reducir a cenizas todos sus
edificios
y
toda la población si es necesario,
antes de consentir por más tiempo
la
do–
minación incalificable de Melgarejo.
Sitie–
ne que derramarse sangre humana, si tiene
que lamentarse los desastres de la guerra,
caiga la responsabilidad sobre los que ata-
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