era un símbolo, y el pueblo proyectábase
en una misión de eternidad libertadora,
porque en sus manos
re~idía
la generosi–
dad de hacer el país, de darle un rumbo,
de cortarle las amarras que estaba anudan–
do el naciente melgarejismo. Se levanta–
ban trincheras, se elevaban muros y palen–
ques en las calles de acceso a la ciudad y
en el íngreso a la plaza. Edelmira Belzu, la
joven viuda de Córdova, en medio de la
multitud, · alentándola, insuflándole nuevos
ímpetus, mezclábase en el febril quehacer.
De las casas salían armas extrañas, algu–
nas ya enmohecidas. No parecía que se hi–
cieran preparativos para una batalla, sino
para un acontecimiento jubiloso.
Melgarejo había salido de La Paz el 3
de marzo y Belzu ingresó el 6. El 22, ter–
minados los aprestos, se esperaba la llega–
da del ejérito anticonstitucional. La maña–
na del 27, aparecieron en la ceja de El
Alto las primeras columnas. Al decir de
Narciso Campero, el tirano saludó a la ciu–
dad, quitándose el sombrero, y luego des–
cendió. Momentos antes había matado al
coronel Cortés, suponiéndole traidor y bus–
cando "escarmientos". Diremos de paso que
uno de sus lugartenientes derrotó a los ge–
nerales Velasco Flor y Avila, en el Sud,
mientras Lucas Mendoza de La Tapia se ne–
gaba a ser el jefe de la resistencia.
Descendió el ejército. En la ciudad, sol–
dados y paisanos, mezclados, se prepara–
ban para la lucha, aguardando, parapeta–
dos, la acometida que no tardó en produ–
cirse. Barricadas, casas, ventanas, eran
sitios de combate. El fragor de los estam–
pidos ensordecía. La contienda s·e genera–
lizó. Las primeras arremetidas de las tro–
pas de Melgarejo no consiguieron sus obje–
tivos; el rechazo fué casi total. Otras nue–
vas avalanchas, menos violentas, chocaban
con la firmeza de la defensa. Cedieron al–
gunas bocacalles, pero pronto volvieron a
ser barreras inexpugnables.
Al conjuro del nombre de Manuel Isidoro
Belzu, los soldados y oficiales de Melgare–
jo, daban la espalda a su comandante para
engrosar las montoneras de la ciudad, en
las cuales la iniciativa de la pelea no esta–
ba reglada por mandos. Actuábase sin con–
cierto, con derroche de coraje y tenacidad.
Mermaban, por las bajas
y
las defecciones,
las filas de los atacantes, hasta que el anti–
constitucionalismo estuvo derrotado. Había
vencido otra vez ·el pueblo.
Mariano Melgarejo intentó descerrajarse
un pistoletazo. La voz de uno de sus acom–
pañantes, aconsejó: "General, para morir
así más vale arriesgar la vida en un supre–
mo esfuerzo". Y Melgarejo escuchó, llamó
a sus coraceros y en medio de ellos, cuando
el
pueblo celebraba su victoria, entró a la
plaza, como si fuera un prisionero. Pe–
netró en palacio. Al subir las escaleras, en–
contró el obstáculo de un arma apuntándo–
le: lo eliminó uno de sus hombres. Acom–
pañado por el coronel Campero, abrió la
puerta del primer salón. Belzu se dirigió a
Campero para abrazarlo, pero cayó heri–
do de muerte con una bala que le disparó
el tirano. 'La derrota se convertía en triun–
fo;
no había ya en pie rival poderoso al–
guno. Bajó al patio y desde allí ascendió al
coronel Narciso Campero al grado de ge–
neral, reconociéndole:
-"Benemérito General".
En .la plaza, la desorientación fué para–
lizante. El pueblo había vencido, y no tenía
en las manos victoria alguna; había derro–
tado a Melgarejo, y Melgarejo continuaba
en el poder. Fué replegándose a su centro
de actividad, para maldecir la extraña for–
ma con que se trocaba la suerte de las ar–
mas. ¿Para qué había hecho barricadas,
para qué se enfrentó al ejercito, para qué
estaban ardiendo numerosas casas de los
extramuros, que fueron bastiones contra el
ataque?
El cadáver de Belzu fué recogido, des–
nudo y sin joyas, al anochecer, por Juana
Manuela Gorriti y Edelmira Belzu. La mul–
titud desfiló por la capilla: el símbolo de
su derrota estaba allí velándose entre cua–
tro cirios. Al siguiente día, en el palacio
se bebía aQ.n, festejando el triunfo; pero
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