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en que fueron ahorcados Murillo y sus

compañeros, encontraron la muerte. En los

cuarteles, igualmente, se mató sin piedad,

sin proceso, por órdenes directas del Co–

mandante general de La Paz. Alguien cuen–

ta que el hijo del masacrador, de rodillas, .

le pidió que cesara su frenesí. La mañana

primeros disparos, atacaron a sus guardias,

pretendiendo desarmarlos

y

que alguien

quiso sobornar a un centinela.

Ésa era una típica revolución inventada

desde las esferas oficiales para desencade–

nar castigos por delitos imaginarios. En el

caso de Y

áñ~z,

la venganza movió su brazo

El populacho de La Pa7. vengando a las víctimas del Loreto. Escena de la muerte de

Plácido Yañez, según un magnífico relieve del artista Urrias Rodríguez.

del 24, las personas que madrugaron vie–

ron todavía algunos cadáveres

y

los char–

cos rojos, mientras varios cuerpos inertes

eran sacados de las mismas prisiones. Pron–

to la alarma cundió en el pueblo y la inme–

diata reacción fué de ira contenida, de in–

dignación. En el día se vió cómo Edelmira

Belzu de Córdova reclamó el cadáv·er de su

esposo,

y

el cuerpo acribillado a balazos le

fué arrojado desde una ventana. Estos su–

cesos

encen~ían

la rabia del pueblo,

y

el

clima de hostilidad, pese a los p·eligros que

se cernían sobre ]a ciudad, fué subiendo de

punto. Para calmarlo, la bestia sanguina–

ria hizo publicar en un órgano de prensa

la versión de que había salvado las institu–

ciones

y

el orden, porque sólo reprimió, en

los términos de la lucha, una rebelión.

Trató de explicar que los presos, al oír los

y el odio lo convirtió en monstruo. Podía

decir cuanto quisiera para justificarse; na–

die lo creía. Los procesos que mandó hacer

fueron originales. En uno de ellos el ex–

presidente Córdova acababa sentenciado a

muerte dos días después de haber sido vic–

timado.

La reacción popular no fué inmediata.

Esperábase que el gobierno castigase al cri–

minal. Pero el gobierno temía a Yáñez.

Más concretamente, Achá. En ese momento

conspiraba su ministro Ruperto Fernández,

quien creía tener en el comandante general

de La Paz un decidido aliado. De ahí que

Achá, en carta, le anunció que deseaba Ile–

gar a La Paz, para darle un abrazo. Pasa–

ban los días

y

nadie hablaba de proceso

aJguno. Al promediar el mes, el coronel

Balza, argentino, atacó el cuartel del Ba-

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