.detuvo la tenacidad del ataque que venía
desde las fronteras, que insurgía en los
-cuarteles y se arremolinaba en las multitu–
·des descontentas. En 1857, se acusó al go–
bierno de habér nacido de un origen dudoso.
El debate parlamentario fué la clarinada
para la r·ebelión, en la cual cayó el gobier–
no de Córdova, que había sido incoloro,
laxo, indeciso.
José María Linares, con una energía de
Qbsesionado, había golpeado al país y a sus
gobiernos en treinta y tres tentativas · para
tomar el poder; había criticado las dicta–
duras y los despotismos; había vapuleado
la demagogia belcista. Sus pronunciamien–
tos revolucionarios, tenían la bandera de la
libertad. Cuando, por decreto de 9 de sep–
tiembre de 1857, asumió el mando, se pro–
dujo en La Paz instantáneo movimiento de
simpatía al caudillo civil.
· El pueblo no quería más sangre, dijimos,
y,
efectivamente, era así. Esperábase que el
color rojo, destacado en el acontecer nacio–
nal, tuviese términq. La gente laboriosa, la
masa activa de la
pobl~ción,
tentaba una
justificación a su diario esfuerzo de tra–
bajo, que no estaba vinculado a la nervio–
sidad d·e sostener gobiernos o tumbarlos por
déspotas. Linares, en la hora de su ascen–
sión, fué como la mejor esperanza que
podía ·anunciarse. No importaba que se
hubiera valido del motín; su figura se
agrandaba en la imaginación popular como
la del inflexible hombr·e de ley, como la
del servidor incondicional de la libertad.
Terminada su tarea de armas y fugitivo
Córdova, Linares llegó a La Paz, y la acla–
mación y el aplauso no fueron escasos.
Puesto en trabajo inmediato estableció pe–
nas para los oficiales que se embriagaran;
borró de la lista a militares que sirvieron
a Córdova hasta el último momento; fundó
una academia militar para jefes y oficiales,
en Sapahaqui; suspendió la publicación de
periódicos ministeriales; for:mó un consejo
de estado asesorante, con voto consultivo;
declaró vacantes las cátedras de enseñanza
y
llamó a concurso de
oposi~ión;
dió un de-
creto de organizacwn judicial; suspendió
los trabajos del circo de toros; prohibió el
castigo de látigo en público para el ejérci–
to; cerró definitivamente la Casa de la
Moneda de La Paz, iniciada en 1854; res–
tableció en la moneda la ley de diez dine–
ros veinte gramos; reinstaló la corte mar–
cial en La· Paz y Sucre; dividió el país en
32 jefaturas, debiendo instalarse en cada
una de ellas una municipalidad, para cuyo
régimen dictó un reglamento de elecciones;
creó una escuela de dibujo lineal en La
Paz; ordenó la fundación de una facultad
de teología en la Universidad de La Paz;
mandó el estudio del francés, inglés y
alemán en las escuelas locales; dió minu–
ciosos reglamentos; convirtió el Colegio de
Artes en escuela primaria. En la división
política que modificaba la realizada por
Sucre, La Paz contaba con nueve jefaturas:
la ciudad con su cercado; las provincias
Pacajes e Ingavi, con su antigua demarca–
ción; la provincia Yungas; la provincia
Omasuyos, con su antigua demarcación; la
provincia Sicasica; Muñecas y Larecaja,
con su antigua dema.rcación; Inquisivi.
En su lenguaje oficial aceptaba el decre–
to de Belzu referente a los títulos de La
Paz: los oficios se encabezaban o se firma–
ban los decretos con "Muy Ilustre y Deno–
dada Ciudad".
Mas pronto apuntó la prepotencia del es–
píritu dictatorial. Ardía en Linares un fre–
nesí de destruir lo que otros hicieron, de
demoler la obra que le había- antecedido.
Toleraba, pero no aceptaba; lo que no po–
día modificar, admitíalo con repudio. Quiso
presentarse como reformador inexorable,
poniendo orden moral en todas las cosas y
olvidando que ese orden debía comenzar
por el gobiern,o, que prometió libertad y
leyes a la ciudadanía
y
que no sólo las
había olvidado sino que actuaba abierta–
mente contra ellas. La convocatoria a un
parlamento era remota y si después de su
caída se asegura que pensaba llamarlo, his–
tóricamente conviene subrayar que no lla-
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