231 / 554
contribuciones, porque la suspensión de esas
"listas" implicaba la guerra civil declarada
por los que vivían del presupuesto. Regla–
mentó el Colegio de Artes de La Paz; pidió
al diplomático Manuel Isidoro Belzu coti–
zaciones para la importación de máquinas
elaboradoras de tocuyo y paños. La pobla–
ción nacional había cr·ecido · levemente:
2.526.126 habitantes, reunidos en los nú–
cleos urbanos; el resto del territorio, casi
despoblado e inculto, requería trabajo y paz
para progresar. Pero paz no podía haber
con un ejército agudamente sectarizado y
motinero y con generales y coroneles que
todavía no habían sido presidentes ...
El 4 de marzo de 1856, el coronel Carlos
de Villegas, con varios cómplices, redon–
deaba, en una escuela de La Paz, una cons–
piración linarista. La delación guió a los
agentes d-el gobierno hasta el local, donde
cayeron presos los conjurados. Sobrevinie–
ron disposiciones militares y consejos de
guerra. De 11 condenados a la pena capi–
tal, debían morir el coronel Villegas, el ca–
pitán Eduardo Dávalos y el sargento Ma–
nuel Angulo. Marchaban ya al patíbulo,
acompañados de trágico cortejo. De pronto,
las calles de La Paz se llenaron de gente;
de todas
ell~s,
hombres y mujeres llegaron
a la plaza. El pueblo no quería más sangr-e.
Reclamó por las vidas de los tres militares,
y su pedido iba haciéndose demanda enér–
gica y amenaza. El presidente, blando para
la clemencia perdonó y llamando a los ex–
condenados, dióles un abrazo. La voz po–
pular vibró entonces entonces en un grito
de satisfacción.
Algunos militares fueron borrados de la
lista. Mas la conjuración
se~uía
avanzando
a pasos gigantescos. El 20 de mayo ardía
de nuevo La Paz. Se arrestó al edecán te–
niente coronel Nolasco Vega y el capitán
José Manuel Rendón, de la guardia de Pa–
lacio. Estaba descubierto un plan dirigido
por Manuel Otero. Consistía en apresar al
president·e y sostener con la guardia, a ba–
lazos, el nombre de Linares que en Tacna
esperaba los resultados de esta hazaña.
Varios complicados se salvaron con la fuga.
Apresados militares y ciudadanos, escucha–
ron su condena a muerte: Vega, Rendón,
José Millán Tames y Federico Ayllón
Blacut.
El pueblo, que había arrancado de Belzu
el perdón para lturri, estaba nuevamente
agitado. La caballería controlaba las igle–
sias, para que no se sacaran imágenes re–
ligiosas. Un incidente calmó el ánimo po–
pular: quedaba suspendida la ejecución. El
cirujano Ayllón había escrito al presidente:
"Yo revelaré el plan si me perdonáis la
vida". Hubo nuevo proceso, y allí se esta–
bleció que los vocales que dictaron las sen–
tencias, los coroneles Arguedas y Gallegos,
eran fervorosos de la causa de Linares. El
fiscal, con el expediente en las manos y
un insoluble problema en la cabeza, dijo a
Córdova:
-"En treinta años que tengo de servi–
cios, nunca he seguido una causa más com–
plicada: tengo que sumariar a La Paz
entera".
Córdova, casi sin detenerse a pensar, res–
pondió:
-"Pues bien; córtese la causa y per–
dónese a todos de la pena de muerte:'.
Suspendióse el proceso, con inmensa ale–
gría popular. El pueblo estaba asqueado
y cansado de muertes, procesos, intrigas
políticas. No sabía, de instante, cómo sacu–
dirse esas morrallas desmoralizadoras.
El epílogo fué así: el 28 se levantó un
alto escaño en la plaza. Al frente
form~ban las unidades militares de la guarn;ción,
y en el resto situóse la masa. En el tablado,
ante la popular
·~spectación,
más de 40 pre–
sos políticos, y entre ellos Tames y Rendón,
cuya degradación militar se hizo con apa–
rato. El 2 de junio, los presos marchaban
al confinamiento. Uno de ellos intentó fu–
gar, siendo victimado.
Vino un paréntesis de calma. José María
Linares, José María Liévana, Rómulo Mon–
tes y Juan Tejada, habían sido cond·enados
a muerte, como promotores de las revueltas.
Una amnistía borró las s·entencias, pero no
185