en la mente popular, no tenían semejanza
ni equivalencia con los hombres de carne
y hueso que se enzarzaban en una riña de
intereses y ambiciones. Moraban en un pla–
no diferente, en una escala superior a la de
la tierra, deshumanizados ya. Tal su mito,
la causa de su fe, la raíz de su orgullo.
"Fuente de Neptuno" que exornó la plaza Murillo
hasta 1909.
En la instalación de las labores d·e la
Convención, Belzu asistió al Palacio Legis–
lativo, en el antiguo Loreto. Con un discurso,
se despojó de las insignias presidenciales,
renunciando, con aparato teatral, su cargo.
Había mucha
pose
en sus ademanes y g·es–
tos. Abandonó en seguida el recinto legis–
lativo, mientras los "convencionales", todos
partidarios suyos, se apresuraban a dictar
una ley obligando a Belzu a seguir "sacri–
ficándose" por el país. Tornó, pues,
d
cau–
dillo y aceptó, como una carga insostenible
para sus precarias energías, el peso de los
signos del poder. El fervor que despertó en
el pueblo, expresábase en una anchurosa
manifestación de aplauso y regocijo.
Posteriormente, en el mes de octubre,
juró la nueva Constitución: prometió cum–
plirla y hacerla cumplir. Cada presidente,
a su medida, se mandaba haoer una Carta
Magna, y cada uno se daba el placer de re–
volverla en todo y en parte. La primera,
que disponía la presidencia vitalicia, encen–
dió hogueras de odio de políticos
civiJ.esy.
militares; Santa Cruz tuvo sus Estatutos y
sus constituciones; la tuvo también Velas–
co; Ballivián contaba con una Constitución
que, con sagacidad, fué reconocida como
ordenanza militar. Belzu no podía usar lo
que otros habían manoseado. Necesitaba
una Constitución, y la tuvo. Era muy fácil
mandarla redactar con un núcleo de enten–
didos que pululaban en torno de las repar–
ticiones públicas ...
La Convención clausuró sus sesiones el 3
de septiembre. En todo ese lapso, los ha–
bitantes de La Paz habían concurrido a la
barra para conocer, aplaudir o silbar el
pensamiento de los legisladol'es, la forma
cómo se encaraban los destinos y problemas
nacionales.
Hubo un nuevo c1aro en las tareas del go–
bierno. Se reinstaló la Escuela de Artes y
Oficios. Y en s-eguida, se creó el cargo de
conserje para la conservación de los mue–
bles del Palacio de Gobierno, deteriorados
por falta de uso. Pero inmediatamente se
hizo, otra vez, tupido el ambi·ente político.
Cargado de humores sofocantes, golpeaba
en la realidad oficial. Y ese clima se hizo
agudo con la noticia de la muerte del ge–
neral José Ballivián, producida en Río de
Janeiro. He1zu decretó honores póstumos
al héroe de Ingavi, su antiguo amigo y su
posterior adversario, y ofreció. un monte–
pío en favor de la familia. Las exequias se
efectuaron el
15
de enero de
1853.
Se pr·esentó otro claro, en el cual con–
viene echar una ojeada antes de que lo
cierre el polvo de una nueva insurrección.
Con el decreto de 25 de febr·ero, se otorga–
ron medallas de premio al arquitecto José
Núñez del Prado, por la refacción del Pa–
lacio de Gobierno -estrenado reciente–
mente- y otros trabajos de ornato urbano;
a Feliciano Cantuta, nativo, por "haber eje–
cutado y labrado con toda la perfección del
arte la estatua de Neptuno", y a José María
Zuazo, por haherse ocupado del progreso
de la ciudad. Poco después, se creó la Es–
cuela de Educandas. Había en la ciudad
cmco escuelas de primera enseñanza; tres
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