para enfrentarlas con los acomodados. Ac–
tuaba aquí el profundo divorcio producido
entre Ballivián y Belzu por culpas de la
fragilidad de doña Juana Manuela Gorriti.
No obstante, el decreto de 17 d·e diciembre
no reconocía proscrito alguno, "sin excluir
a los generales Santa Cruz
y
Ballivián".
Dirigíase a las multitudes pero al mismo
tiempo procuraba no mantener muy descon–
tentos a los ricos, que presumían posición
aristocrática. Éstos desconfiaban del nue–
vo vencedor.
Cuando el nuevo caudillo llegó a La Paz,
la recepción fué delirante
y
tuvo caracteres
de apoteosis. En ese momento, vinculando
con el triunfo de Yamparáez, se celebró el
tercer centenario de la Fundación de La
Paz, y hubo actos oficiales, ceremonias re–
ligiosas, espectáculos, en una sucesión de
fiestas, pero ninguna obra obJetiva
y
ni el
más leve impulso de progreso.
La beligerancia que propugnaba Belzu,
desde sus proclamas hasta sus actos, entre
dos testamentos de la sociedad boliviana,
los explotados y los explotadores, no podía
resolverse sino en Jos términos de la lucha
misma por el poder. Los partidarios deBa–
llivián se unieron a los de Velasco, para
actuar coaligados con la meta del gobierno;
. las diferencias. que pudieron haberles sepa–
rado quedaban obviadas en el común obje–
tivo político de retomar zonas de mando
y
privilegios, para eliminar, en lo posterior,
una aguda pugna de pobres
y
ricos. De ahí
que los ballivianistas quisieron ganar para
sus designios el batallón Omasuyos, que se
encontraba en
L~
Paz. El prefecto Álvarez
Condarco, ·noticiado oportunamente, dis–
puso que la unidad saliese de la ciudad
para disolverla al punto. El sargento Luis
Carrasco, comprometido en la rebelión, su–
blevó a sus compañeros ·en las proximida–
des del cementerio. Una mitad se dispersó
y la otra quedó a la expectativa. Llegó allí
el prefecto
y
restableció el orden. Procesado
Luis Carrasco, fué sentenciado a la pena
capital. El fusilamiento tuvo lugar en La
Paz, en presencia de las unidades de guar-
nición y del pueblo, "como ·escarmiento".
Habían pasado escasos dos meses del en–
cumbramiento de Belzu y con él el del pre–
dominio del artesanado
y
de las masas. Los
indios también iban despertando a las ob–
sesiones políticas, por medio de un nove–
doso respaldo al extraño hombre de la bar–
ba poblada y los ojos negros, que solía
tocar los puntos de la aspiración colectiva
con más palabras que actos.
El 20 de febrero fracasó una conspira–
ción, en que estaban mezclados bolivianos,
un argentino y un francés. La dirigía Ber–
nardo Sotomayor. Los cabecillas fueron
apresados.
Después del castigo al sargento Carras–
c~
llegó Belzu a La Paz, pues habíase au–
sentado al interior. Reiteróse entonces el
fervor multitudinario, mientras la g·cnte
acomodada se mantenía alejada del domi–
nio de las emociones populares. No pudo
estar mucho tiempo en la ciudad. El 9 de
marzo del año 49, estalló una insurrección
militar en Oruro; marchó con su ejército a
combatirla. Era el 11 de marzo.
El día 12, Mariano Ballivián
y
Juan Jo–
sé Prudencia, que habían seducido al es–
cuadrón de Carabineros, tomaron con él, en
las primeras horas de la mañana, la policía
de La Paz, detuvieron a numerosos belcistas
y se constituyeron en autoridades. El gene–
ral Eusebio Guilarte asumió el cargo de
comandante
y
lanzó una proclama a la po–
blación. La noticia, estrictamente militar,
corrió veloz, suscitando confusión
y
protes–
tas. El primer impulso fué salir hacia Oru–
ro para informar a Belzu de cuanto estaba
ocurriendo en su ausencia. La multitud que
había subido a El Alto, armada de palos y
de algunas pistolas, se detuvo a deliberar.
Las voces rectoras fueron las del presbítero
Bias Tejada, de Pastor Rivas
y
del sargen–
to argentino López. Después de los discur–
sos encendidos y del examen de la situa–
ción, se resolvió regresar a la ciudad
y
com–
batir con los sediciosos. La masa desandó
el camino, movida por una actitud resuelta
y
encorajinada. Los relojes marcaban las
176