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licia, coronel Ángel Figueredo. La delación

puso un atajo al pronunciamiento. Hubo un

medio centenar de detenidos.

Nada estaba seguro con el g·eneral Ve–

lasco en el

~Gobierno.

Naaié confiaba en él.

No confiaban, tampoco, sus colaboradores.

Los motines se multiplicaban en uno y otro

punto. Así iba

transcurri~ndo

el tiempo,

hasta que comenzó, a forido, un movimien–

to -atizado por el ministro de la guerra,

Manuel Isidoro Belzu, en Pucarani- que

acabó por derrocar, por última vez, al ré–

gimen velasquista. Los comandantes Cele–

donio Avila y Andrés Soto, sublevados,

avanzaron con sus fuerzas hasta las goteras

de La Paz y allí, para no luchar estéril–

mente, pidieron entrevistarse con el Pre–

fecto general Agreda. Fueron recibidos en

una reunión con asistencia de las autorida–

des departamentales. Plantearon la capi–

tulación y la convocatoria a un comicio

popular, comprometiéndose a respetar sus

decisiones. Buscaban dar al movimiento el

apÜyo del pueblo. Dijeron también que pro–

clamaban al general Belzu. Se resolvió el

alejamiento, a prudente distancia, de los

coraceros de Avila y Soto y la citación a un

comicio. Los jefes rebeldes cumplieron su

promesa. Después del compromiso, Agreda

recibió comunicaciones del gobierno, dán–

dole instrucciones para frenar la conspira–

ción belcista e informándole de las. noveda–

des ocurridas en Chuquisaca. Con tales pa–

peles, preparó la lucha. Al día siguiente

volvieron los rebeldes --era el

12

de oc–

tubre- con otra unidad más, el batallón

Omasuyos, del coronel Pedro Álvarez Con–

clareo. Pidieron que el Prefecto retirase las

fuerzas de la plaza y entregara la autoridad.

El general-prefecto respondió airadamente:

"La plaza no se rendirá sino después de que

sus defensores hayan sucumbido". Las au–

toridades y los vecinos incitábanle a cum–

plir la intimación. Agreda, por toda con–

testación, salió con los carabineros y se

encontró con los rebeldes que ingresaban

a la altura de la actual plaza Pérez Velas–

co, donde recibió una impetuosa carga que

le hizo retroceder y desorganizó sus planes.

~

Cumplió el general Agreda su amenaza

montando a caballo y huyendo, a toda ve–

locidad, por el camino de Río Abajo. .

Sólo entonces, después de que \os jefes

nombrados tomaron algunos presos, se re–

unió el comicio y allí, en medio de discur–

sos de rigor se proclamó presidente a Belzu

y prefecto al comandante Pedro Álvarez

Condarco. La situación estaba, en La Paz,

consolidada en favor del nuevo caudillo,

con intervención popular.

Belzu, que había huído de Sucr·e, en el

camino fué recogiendo simpatías. Pasó por

Oruro y llegó a La Paz el

16

de octubre.

Hizo, en medio de un apoyo popular cre–

ciente sus prenarativos de combate. Se au-

'

..

toproclamó presid·ente P!ovisorio, vituperó

de los viejos políticos que desorganizaron

el país y dió su conocido "Pacto con el

Pueblo" -obra, se dijo, y con razón, de

un escritor y político uruguayo, plagiado

por Juan Ramón Muñoz Cabrera-, y

~l

29 salió en campaña. Los incidentes de

este tránsito son memorables, pero no es–

tán en consonancia con las proporciones de

este capítulo. El 6 de dieiembre, en los cam–

pos de Yamparáez, derrotó al ejército que

comandaba el general Velasco, quien huyó,

como siempre hacía en estos casos, a la

Argentina. Otros derrotados o perseguidos

solían preferir el Perú.

Se dijo, en los entretelones de la lucha,

que Belzu implicaba el predominio del Nor–

te sobre el Sur, y eso se destacó cuando el

vencedor entró en Sucre, donde el recibi–

miento fué frío. Pero algunas medidas, co–

mo las de libertad a los prisioneros antes

de trabarse la batalla definidora, aumen–

taban la cifra de sus partidarios.

EL IMPERIO DE LAS MASAS

Desde- .los primeros pasos, Be1zú

fu~

asentándose, en oposición a la política del

general José Ballivián, en las masas, hala–

gándolas, recalcando su posición inferior

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