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peleado por vos". "Tata Belzu, tata Belzu".

Belzu sabía que sobre esas voluntades indo–

mables se elevaba como nunca nadie lo

había conseguido en Bolivia, en una ascen–

sión maravillosa. En el recorrido hubo un

incidente inesperado. El bodeguero Manuel

Irusta, saliendo de su local, disparó dos ha·

General Juan José Pérez, de brillantísima

actuación en la Guerra del Pacífico.

lazos. El cañón del arma apuntaba en di–

rección de Belzu. Sin concierto, la multitud,

que se creyó agredida, atacó la bodega,

mientras

-el

propietario, al huir, se arrojó

al río vecino, desapareciendo para siempre.

La cantina y los muebles quedaron añicos.

De nuevo habíanse exaltado los ánimos,

aguijoneados por la rabia. El populacho

estaba enfurecido otra vez. Más allá atacó

otro local de expendio de bebidas; el dueño,

Simón Postigo, murió tratando de defender

sus intereses.

Belzu se alojó en la calle Comercio, en

un domicilio particular. Desde los balcones

arengó a la multitud, agradeciendo su adhe–

sión y expresando que los ricos le com·

batían por que él era del pueblo. Fué como

una incitación. En rem'olinos, la masa se

abalanzó a la destrucción de las casas de

Andrea Bustamante, Arduz y Guillén. Se

hacía justicia por sus propias manos, como

había ordenado el caudillo. Belzu, en per·

sona, con los curas recoletos salió para

a~ainarla,

con imágenes religiosas 'y arre·

jando puñados de dinero.

Noticias llegadas de Oruro, decían que

allí también los militares sublevados fue–

ron vencidos por el pueblo. A los pocos días,

cuando estaba fresca y palpitante la rabia

popular, convocó a un comicio paceño y

preguntó si contaba con el apoyo ciudada–

no para seguir gobernando. Planteaba, con

cálculo, una implícita disyuntiva. Los dele–

gados de los gremios y del pueblo y los

convencidos belcistas respondieron que la

prueba se encontraba en los sucesos pasa–

dos y que podía disponer de ese apoyo hasta

el sacrificio. Había esperado esa actitud.

Sin tardanza, asumió la suma de poderes,

puso en vigencia la ley "que declaraba trai–

dor a Ballivián" y dió rienda a una impla–

cable persecución al ballivianismo; autorizó

"la proscripción· en gran escala". Familias

enteras, curas, mujeres transitaron las rutas

del confinamiento o, voluntariamente, se

expatriaron. El odio belcista actuaba con

manos torpes y devastadoras.

En esos mismos días -ramas de un

mismo tronco-, se supo de una insurrec–

ción en Cochabamba, que había sido

detenida y desbaratada. El caudillo hizo

un rápido viaje por el país. Dictó un de–

creto, el 3 de abril, bautizando como "Muy

Ilustre y d·enodada" a la ciudad de La Paz.

Dispuso, asimismo, que se levantara una

pirámide en El Alto con la siguiente le–

yenda: "Triunfó el pueblo de sus tiranos".

Y concluyendo estos episodios, con la mira

de clausurarlos radicalmente, después de

un proceso militar, el 16 de abril de 1849,

mandó fusilar a Carlos Wincendon, emisa–

rio de Ballivián, que había eslabonado

prolijamente la revuelta en el país para

derribar el belcismo

y

el imperio, que ya

apuntaba incontrolado, de las masas.

Nada arredraba, sin embargo, al tenaz

ballivianismo, herido y perseguido. Esta–

llaban otros hechos aislados en varios pun–

tos del territorio nacional. El general Juan

José Pérez, que residía en Puno intentó

irrumpir en la ciudad de La Paz; no logró

sus fines. Un año después era también be.·

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