corredor del edificio. Murieron "más de
treinta personas". Belzu salió ileso. Enton–
ces dictó un decreto manifestando que "no
era_ posible recordar el 6 de septiembre de
1850, sin admirar de nuevo el asombroso
prodigio que obró la Divina ProvidenCia
otorgando una nueva vida al jefe del es·
tado". La parte dispositiva del decreto con–
cedía indulto general.
Y como había que dejar un recuerdo mu–
cho más digno y efectivo, colocó, en San
Pedro, la piedra fundamental para la cons–
trucción de una plaza de toros.
El alumbrado público había sido mejo–
rado en La Paz, como un servicio habitual,
por medio de faroles, y el número de los
serenos fué duplicado con fines de vigilan–
cia y policía. Pidió el gobierno que se or–
ganizasen juntas departamentales para estu–
diar los problemas locales y proponer las
obras urgent·es a realizarse. La de La Paz
propuso la conclusión de _los trabajos del
hospital de San Juan de Dios. Belzu desau–
torizó la sugestión e instruyó que las juntas
fueran numerosas, amplias. Se ocupaba
también de los caminos de La Paz, para
promover una intensificación del comercio;
exigió
.el
arreglo y limpieza de todas las
rutas que conducían a la ciudad.
En diciembre de 1853 se produjó en La
Paz una tentativa revolucionaria encabeza–
da por Manuel Hermenegildo Guerra, con
el plan de tomar el palacio. Fracasó, como
era natural. Huyó el promotor, y tres de sus
aliados fueron procesados. Hubo una con–
dena a muerte -conmutada- y confina–
mientos. Era la conclusión de toda revuelta.
Belzu continuaba respaldado por las masas,
pero repudiado por las clases superiores,
que no le perdonaban haber levantado a los
cholos hasta la categoría de la acción po–
lítica.
Y vamos de conspiraciones. Año 1854,
José María Linares, Mariano Ballivián y
Gregorio Pérez entraron en Escoma, proce–
dentes del Perú, con 130 hombres. Exacer–
baron a ·los indios, que los combatieron y
suscitaron el repudio de las provincias. Fra-
casados, huyeron a su tradicional centro de
actividades: la frontera con el Perú. Des–
pués de una pausa, Mariano Ballivián vol–
vió a forzar una tentativa hasta la ciudad
de La Paz. Fracasó también. En ese mo–
mento conocíase una disposición de Belzu,
ofreciendo premios por la captura de Lina–
res, Ballivián y otros revoltosos. Los indios
1
que adoraban al caudillo, apresaron al mé–
dico José María Guerra y lo llevaron a
Copacabana. El preso, aprovechando la
festividad religiosa de Semana Santa, hu–
yó. No lo hubiera hecho, porque, nueva–
mente alcanzado, iué victimado cruelmente.
La cabeza, cercenada y puesta en un cesto,
fué traída a La Paz. Cuando bajaban de
El Alto los indios, ondeando banderas y
trapos colorados, se evitó que el macabro
presente fuese llevado hasta el Palacio. Se
lo enterró en el Cementerio. No obstante,
los indios llegaron hasta la plaza.
El crimen perpetrado por los indios con
el médico José María Guerra provocó es–
calofríos en La Paz. Bien se sabía que Bel–
zu había despertado fanatismo en los abo–
rígenes, a quienes se hizo creer que poseía
poderes para hacer llover. Los manejaba
como un instrumento dúctil. Era como es–
tablecer la irresponsabilidad, desencadenar
las oscuras fuerzas nativas. Los mismos
partidarios del caudillo no ocultaban su es–
tupor. Circuló en esos días, profusamente,
un panfleto anónimo, leído con avidez, acu–
sando al gobierno de insuflar, a sabiendas,
el oprobio, la vergüenza y el abatimiento.
La diligencia oficial lo interpretó como
libelo infamatorio, y lo policía movióse pa–
ra descubrir a los autores del escrito. Nadie
ignora que, en Bolivia, las policías han sido
perfectas e irreprochables maquinarias de
represión política, pero inútiles como re–
particiones públicas de seguridad. Los agen–
tes no tardaron mucho en percatarse de que
los responsables del Iibelo eran Bernardi–
no Sanjinés y Pedro Iturri. Detenido una
noche, lturri fué sometido a consejo de
guerra y condenado a la pena de muerte.
El 21 de marzo de 1854, a horas 11, era
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