tido por voluntarios que frustraron otra
de sus aventuras.
En los claros que el motín y la insurrec–
ción dejaban, el gobierno de Belzu se pro–
ponía
~ealizar
alguna obra. Se asentaba só–
lidamente en el apoyo de las masas, pero
la insurrección no le daba tregua. Fijó los
nuevos colores de la bandera nacional, cuya
distribución debía asemejarse al arco iris y
a la
kantuta,
la flor imperial de las brefias
andinas. El 20 de enero decretó el impuesto
de cinco pesos por quintal de
casc~rilla
para la continuación de los trabajos de la
catedral de La Paz. En seguida votó 5.000
pesos para la celebración del aniversario de
los sucesos de marzo, en los cuales cimenta–
ba su poder y popularidad. La mayor parte
de los actos de su gobierno incidían en la
tendencia política de combate sin cuartel a
sus adversarios. El recuerdo de las jornadas
populares de marzo fué motivo oportuno
para ese fin, y le rodeó de
extraordi~ario
realce. Había, tácita, la intención de ahon–
dar el abismo entre ricos y pobres. Para
hacer más patente la diferencia abierta, em–
pleaba un exótico lenguaje oficial obliga–
torio en la designación de los días y los
años. Consignaban los papeles oficiales y
los periódicos adictos al régimen, porque
otros no había: "A los 23 de la indepen–
dencia y al primero de la libertad ... " A
juicio del estamento dominante, no era
igual haber vivido desde la proclamación
de la República que desde la batalla de
Yamparáez. La libertad resultaba, de tal
modo, descubrimiento
y
aplicación del bel–
cismo; había insurgido con él. Antes hubo
independencia, más no libertad. De paso,
hagamos recuerdo de una nota curiosa de
aquellos días. El caudiiio encomendó al
Barón de Mascareñas, un aventurero espa–
ñol que recorría las cortes europeas, una
gestión reservada para implantar la monar–
quía en Bolivia, en hase a la coronación
de un príncipe de la casa de Borbón.
Belzu había salido de La Paz para con–
curnr a las labores parlamentarias que se
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efectuaban en Sucre. El coronel Morales
pedía al Congreso el pago de los daños su–
fridos en su casa, asaltada en Cochabamba
por el populacho, y el Ministro Rafael Bus–
tilia sostenía que esos actos constituían jus–
tos castigos del pueblo que no podían ser
pagados por el fisco. Como inmediata deri-
Alameda o Prado de Sucre, en donde el Presidente
Belzu fué agredido por Morales.
vacwn de esa actitud, Morales, secundado
por otros elementos, atentó contra la vida
de Belzu; lo dejó por muerto en el prado
de Sucre, y galopó por las caiies procla–
mando que el país se había salvado. El aten–
tado produjo estupor en las masas; sobre
todo en las de La Paz, principal centro del
belcismo. El caudillo tuvo que dejar el
gobierno, del que se encargó un Consejo,
presidido por el general Gabriel Téllez. Y
fueron cuarenta días de persecusiones y
castigos, de delación y de miedo. Agregan–
do motivos a la arbitrariedad, el 11 de sep–
tiembre conocióse una nueva red conspira·
toria, que fué desmenuzada. Secuela: con–
finamientos y destierros.
Belzu reasumió el mando, se ocupó de
algunas cuestiones administrativas y luego
se trasladó a La Paz, ingresando en la ciu–
dad el
P
de enero de 1851.
El 16 de julio se instaló en La Paz la
primera Convención, con poderes suficien–
tes, en homenaje a la fecha de Muriiio. El
pueblo se regocijó por tal recuerdo, porque
amaba sus héroes. Aqueiios protomártires,