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como digna de llevar el gran nombre de

Bolívar, si todos los bolivianos hacen para

salvarla un simultáneo esfuerzo".

Sicasica continuaba siendo el cuartel

general. Lentamente el resto del país iba

dándose cuenta del peligro que corría el

territorio. Sólo entonces paralizaron las in–

trigas de la ambición y el juego de la anar–

quía. Llegaron a Sicasica algunas unida–

des de Oruro y otras, muy escasas, de varios

puntos del país. Habían pasado sólo los

días necesarios. Esperar más contingentes

era dar al enemigo la oportunidad de con–

solidar la conquista que estaba iniciando

sobre la base de las armas, pero tratando

de ganar algunas simpatías. Esa obra en

modo alguno podía ser duradera, puesto

que en La Paz contaba con la fría hostili–

dad del pueblo. El general boliviano con–

sideró llegado el momento de las definicio–

nes. Gamarra creía aún que Ballivián no

podía, en condiciones serias, presentarle

batalla, pero no por eso dejó de ocuparse

de la disciplina de sus soldados, que hasta

ese momento eran tropas o:t:gullosas de pi–

sar territorio boliviano, apreciándolo con–

quistado ya. Ballivián avanzó hasta las

proximidades de Viacha. El 17 dispuso:

" ...

se aproximan los momentos en que la

batalla debe decidir la suerte de la Repú–

blica, de su independencia

y

de

1

sus futu–

ros destinos".

Creó premios para los que

se distinguieran ·en el combate. El ejército

adversario acampaba también allí, dispues–

to a entrar en acción.

Al día siguiente, 18 de noviembre de

1841, los dos ejércitos se prepararon para

medirse. Estaban sobre la llanura de ln–

gavi, y no era mucha la distancia que les

separaba. La mañana era de una fría nie–

bla y caía aún una suave garúa que, con

el viento, parecía más glacial. La tierra

estaba mojada, barrosa,

·

Aproximábase el instante. Ballivián que

en es-e momento simbolizaba la viril actitud

de Bolivia, incorporado frente al destino,

arengó:

al frente, los veréis desaparecer en breve

como las nubes, cuando las bate el vif!nto".

Sabía que su ejército tenía menor can–

tidad de efectivos y que sus pertrechos eran

de inferior calidad. Buen guerrero, no po–

día amilanarse por estos detalles. Buscó

las posibilidades de ganar veritaja. Apro–

vechando de un momento claro, inicióse, de

ambos lados, el combate. Era para Boli–

via una lucha a muerte, sin otra posibilidad

que la victoria. Así lo entendieron soldados,

oficiales y jefes, y mostraron tal bravura,

un coraje tan . estupendo, que no parecía

"Soldados: A esos enemigos que tenéis

· sino que en sus manos que apretaban el

fusil residían la salvación, la seguridad y

la independencia del país. Los peruanos,

bien dirigidos, se batían con heroísmo

extraordinario, dispuestos a no ceder te–

rreno y mantener, sin claros, su compacta

maquinaria guerr·era. Funcionaban los fu–

siles, los cañones, los sables, las lanzas;

actuaban las almas, chocaban los heroís–

mos; el valor se enfrentaba al valor. Man–

teníase indeciso el resultado, mientras los

"peones" -como solía llamar Santa Cruz

a sus mejores guerr·eros- embestían con

frenética intrepidez. Ballivián vió, entre la

tupida red de la batalla, un pequeño sector

propicio: mandó allí al coronel Santizábal

y a los oficiales Belzu y Sanjinés, que lle–

varon un empuje violento y rápido. La ope–

ración fué tan veloz, que pronto estuvo el

refuerzo actuando desde la retaguardia pe–

ruana, cuyas filas había arrollado. Sus des–

cargas precisas y oportunas, desencadena–

ron el temor, y la desorientación se hizo

carne en las filas peruanas de ese flanco.

Allí se encontraba el general Agustín Ga–

marra, que había combatido con coraje y

cuyo ejemplo se contagiaba a sus subordi–

nados. Vió la magnitud de su fracaso: su

ejército conquistador, en el comienzo de la

dispersión; sin jefes y oficial_es, sin domi–

nio; y al punto declarada la derrota. "Aquí

es preciso morir" -exclamó-. Y una

bala, como acudiendo a su llamado, dió en

el blanco. Gamarra cayó, sin sobrevivir al

desastre a que había llevado a sus hombres,

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