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todo había hecho un instrumento para sus

fines. Y sus fines se hicieron pedazos en

las inmediaciones de Yungay.

UNA ESTRELLA INESPERADA: INGAVI

Hacía su aparición en el país el gobierno

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res aura or . u pnmer paso ue so azarse

porque Chile derrotó a Santa Cruz y a su

Medalla de brillantes ofrecida por el Perú

al Mariscal Santa Cruz. (Museo Histórico

Nacional de Buenos Aires).

ejército boliviano. No entra en este ensayo

el dato, pero vale subrayarlo como un ejem–

plo característico del régimen que se ins–

tauraba en Bolivia. Su odio dilatado le lle–

vaba a despedazar cuanto había hecho San–

ta Cruz. ConsecÚencia de esa política fué la

anulación de los Concejos edilicios y lo fué

también su posterior restablecimiento, des–

pués de haberse comprobado que lo hecho

por Santa Cruz no era inútil.

Velasco continuaba su antigua política de

debilidades y anarquía. Cuando gobernaba

él, unos años antes, se produjeron los pri–

meros hechos cuarteleros, premiados por su

propia mano. Otra vez en el gobierno, de–

bía confrontar la convulsión agazapada, la

marcha de la rebelión. En el instante en que

Velasco era investido del poder constitu–

cional, para demostrar la fragilidad de su

posición, el 7 de julio del año 39, el gene–

ral José

Balliviá~,

que antes se había su·

blevado contra el reg1men crucista o, más

bien, contra la idea confedera!, volvía a

sublevarse en La Paz contra Velasco y con–

tra los "restauradores", como gustaban bau–

tizarse los velasquistas.

Acampañaban a Ballivián algunos mili–

tares y civiles. No había allí la presencia

robusta de la opinión ni la acción atorbelli–

nada de las masas. Aislado en el pronun–

ciamiento, sin contar con la adhesión de

otros jefes, tentó sin fortuna la suerte de las

armas. Hasta ese momento el pueblo, que

se había mantenido al marg·en de los hechos

internos del ejército, salió a las calles para

decir su propia voluntad. Palabras y hechos

respaldaban el orden, la continuidad de las

instituciones. La explicación es obvia. Santa

Cruz estaba ausente; la masa no tenía, en

realidad, un caudillo en quien creer ni a

q~ien

seguir y exaltar. Se declaró, pues,

aJeno al movimiento militar.

Ballivián huyó y, desde la frontera pe–

ruana, vigilaba. La Paz no estaba, en ver–

dad, con los restauradores y si se pronun–

ciaba por el orden no era por los hombTes

ni por el programa -no habían

ento~es

programas ni partidos ni ideologías- sino

por su necesidad de vivir dentro de ,la ley.

Aunque torcida y mal aplicada, no dejaba

de ser ley. Pero en los términos que se

reducen a hechos, la actitud popular era de

receloso marginamiento de políticos avie–

sos y de militares molineros.

El lentísimo progl'eso alcanzado habíase

estancado de pronto, en una parl!_lización

repentina, y la ,atención se volcaba hacia los

motivos de la intranquilidad interna. Se

efectuó algo tan sin relieve, que pasó inad–

vertido: el trabajo de l'efacción del Colegio

Seminario. Y algo que salía a los primeros

planos: la persecución al crucismo y a los

crucistas, convertidos en herejes para la

religión restauradora del velasquismo.

Como para· agregar leña en la hoguera del

odio, se conoció y comentó el manifiesto

de Santa Cruz, fechado en Quito, y llegó el

general José Antonio Paliares para deman-

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