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Doña Francisca de Paula Cernadas de la Cámara, esposa

del Mariscal Santa Cruz. Cuadro al óleo <!Ue conservan

sus descendientes.

la dura constricción de algunas medidas,

para gustar la vida tranquila y el desarrollo

pacífico. Y sólo con Santa Cruz logró una

parte de sus vehementes

aspiracion~s,

des–

pués de 20 años de lucha abierta, con las

armas, o de lucha solapada, de los políticos

y de los militares . . . La expedición, ·en

otros términos, significaba la no lejanlJ. re–

vancha de la invasión de Gamarra. Los

móviles eran diferentes; aquella vez vino

un ejército prepotente, sin previo aviso;

ahora iba un ·ejército solicitado para resta–

blecer la calma, en una misión de concor–

dia. Pero ¿era posible la concordia buscada

y sostenida con las puntas de las bayone–

tas? Empero, el clima era, de nuevo, desaso–

segado. Se hicieron rumorosos los corros,

llenos de gente los mesones, atiborrados de

espectadores los billares. Otra vez se salía

a las calles, en pos de noticias.

Mientras la lucha se desarrollaba con re–

sultados victoriosos, que embriagaban, en

La Paz había agitación, excitada curiosi–

dad. La suerte de las armas, allí cerca, en

territorio amigo y vecino, era venturosa:.

Pero la guerra no era otra cosa que una

combinación de posibilidades y desgracias;

los guerreros no eran dueños de su propio

destino, que no s·ería

precisam~

nte.la

muer–

te, sino la victoria o la derrota, la brevedad

o la prolongación de la lucha. ¿Durará? No

siempre la pregunta fluyó

9-e

los labios en

la hoya enérgica y laboriosa donde bullía

una vida pujante, apta para los grandes

esfuerzos y los heroísmos sin tasa.

Para residencia e invernadero de gentes

ricas, se hizo un edificio en Mecapaca y se

creó la Providencia de Cercado, con capi–

tal en ese lugar; al mismo tiempo, se desti–

naron fondos para la construcción de un ca–

mino. Hubo allí activa vida de sociedad. En

otro orden, por disposición del gobierno, se

restablecieron; para equilibrar el excesivo

centralismo del gabinete, los Concejos Mu–

nicipales, integrados por patricios y con

atenciones honorarias.

·Promediaba el año 1838. Estábamos lle–

nos de victorias y de signos inquietantes.

La Confederación Perú-Boliviana, ideada,

impuesta, sostenida por Santa Cruz, seguía

creciendo en la imaginación popular. No

obstante, su misión guerrera, el gobernante

dábase tiempo para trabajar a hurtadillas,

toda vez que le quedaba un minuto libre,

en favor de su pueblo y de su país. Como

ejemplo, señalaremos que, en 1838, mandó

refaccionar el edificio d·e la Cárcel, pro–

porcionándole 7.400 pesos, provenientes de

impuestos a la coca exportada de los Yun–

gas. Dispuso además la construcción de un

puente a Obrajes. El catálogo de sus obras

en La Paz y en

d

país es interminable.

Santa Cruz contaba ya, para entonces,

acaso por haber querido volar demasiado,

con lastres peligrosos. La oposición al plan

confedera! tomaba cuerpo en el espíritu de

algunos políticos y algunos militares. Ha–

cia el año 39, cuando estaba culminando la

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