misión crucista, llegó Yungay, que era una
sola derrota aplastante, después de un ro–
sario de victorias que se esterilizaban. Y al
mismo tiempo, las garras de la revuelta,
afiladas con esmero, daban el zarpazo. El
18 de enero s-e hizo el pronunciamiento mi–
litar, encabezado, en el Sud, por Velasco
ños. Ahora parecía, de pronto, huérfano.
El golpe dado contra Santa Cruz no podía
llamarse una revolución ni un alzamiento
popular. El pueblo estuvo ausente de las
intrigas militares. Aquél fué estr\ctamente
un acto de cuartel, cooperado por grupos
de civiles descontentos.
Miniatura con el retrato del Libertador Bolívar, obsequiada por éste al Mariscal Santa Cruz
y
que pertenece actualmente al nieto del Mariscal. (Tamaño natural). ·
y, en el Norte, por José Ballivián. Santa
Cruz, a su vez, desde Arequipa, dimitió el
20 de febrero y se ·embarcó a Guayaquil.
Había caído tanto como se había elevado.
Era, para el pueblo del Norte, como su
propia caída. Había amado al caudillo; le
había acompañado en sus pasos, en sus sue-
Santa Cruz había sido, después de Sucrel>
el primer gran constructor que tuvo el país.
Había paseado la bandera patria en forma
triunfal y había empobrecido las arcas fis–
cales que debían sostener la campaña en
territorio peruano. Todo lo había arrollado
para conseguir su objetivo confedera!; de
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