del convento de San Agustín fueron trasla–
dadas a la Alameda, para mejorar ese sitio
de paseo. La obra fué emprendida por el
intendenté Manuel Vicente Martínez Monje.
El otro suceso fué la demolición del viejo
edificio de la Catedral, cuya construcción
se había iniciado el año 1556, habiéndose
,
Palacio del Mariscal Andrés Santa Cruz, actualmente
colegio de San Calixto.
prolongado los trabajos casi todo el tiempo
de la Colonia. En vista del peligro de un
derrumbe, sus imágenes fueron trasladadas
a Santo Domingo. El dato no deja de ser
sugestivo: la iglesia, que fué uno de los
instrumentos de la dominación española,
empezó a edificarse a los ocho años de la
fundación de La Paz
y
tuvo que ser de–
molida cuando había sido demolido tam–
bién el poder colonial de España.
Pat_io princi_Pal del palacio de Santa Cruz, que hoy
esta convertido en el hall del colegio de los jesuítas.
Poco menos que epílogo de la invasión
fué la renuncia de Sucre. Estaba prevista
en el ajuste de Piquiza, donde Gamarra ju–
gó su mejor carta de vencedor. La inmedia–
ta consecuencia fué el nombramiento de
los nuevos gobernantes. El mismo Sucre
había present!ldo, con una visión ejemplar
y
m~eitra,.
una tema para presidente, donde
figuraban Andrés Santa Cruz, querido en
Bolivia y en Perú. Fué, pues, nombrado
presidente; y vicepresidente, el general Jo–
sé Miguel de Velasco,- uno de los suscrip–
tores del ajuste de Piquiza.
Santa Cruz, después de haber
ejercido~
por encargo de Bolívar la Presidencia del
Consejo de Ministros del Perú y de haber
entregado
d
mando al general La Mar, de–
signado por la constituyente, aceptó una
misión diplomática peruana junto al gobier–
no de Chile. En el momento de su procla–
mación, se encontraba en Santiago. Asu–
mió la presid·encia interina el general
Velasco.
Empero, no habían terminado las con–
secuencias de la invasión. Se sublevó el
coronel Ramón Loayza, depuso al Prefecto
Baltasar Alquiza' y proclamó la independen–
cia de La Paz con el signo de Alto Perú.
Avanzando un poco más, dictó un Estatuto,
formó un ejército, hizo un gobierno y cas–
tigó a quienes se oponían a sus propósitos.
Se vitoreaba al Perú, al general Gamarra
y, a veces, a Santa Cruz.
El puep)o permaneció al margen de este
pronunciamiento, mirándolo con sospecha
y
adivinando que era reflejo de combina–
ciones palaciegas
y
·de cartas que iban y
venían del Pe:W.- El presidente Velasco,
trasladado a La Paz, desbarató la "revo–
lución"; premió, ascendiéndolo al grado
de general de brigada, al ilustre molinero
separatista. Quedaba establecida, de este
modo, la escuela de los honores a la auda–
cia y a la ambición. Es oportuno reiterar
que la energía popular quedaba inmóvil,
sin intervención en esos acontecimientos. El
motín no siempre tuvo de su lado al pueblo
sino cuando éste, despertado de su estado
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