v1an. En las proximidades de San Roque,
hubo una tenaz batalla, donde murieron lOO
personas y cayeron 700 prisioneros suble–
vados. Murió allí el teni·ente Montes y fué
herido el infatigable y heroico Braun.
Guerra o Grados fugó al Perú y allí se
puso
a
las órdenes del general Gamarra,
autor intelectual de la insurrección.
General José Ramón de Loayza. óleo de
la época que se conserva en la Biblioteca
Municipal.
En cinco días estuvo Sucre ·en La Paz.
La presencia del gobernante fué reveladora
de una realidad que los inspiradores de la
sublevación desconocían: en torno de Su–
ere, o sea de la conducción revolucionaria
del país, se armó el pueblo.
y
pasada la
intranquilidad, seguro de sus propias fuer–
zas, reanudó sus actividades, pero decep–
cionado de las tropas colombianas.
El batallón 2
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,
que se mantuvo leal, fué
bautizado como el Batallón Constitucional,
con lo cual se r·econocía implícitamente
que había, aun sin descubrirse, batallones
anticonstitucionales.
No había transcurrido mucho tiempo,
cuando llegó una noticia alarmante: Suere,
al enfrentarse cort un motín militar en Chu–
quisaca, había sido herido. Actuaban en
esta forma los lastres que la República no
pudo evitar. El primer motín militar y la
defección del capitán Matute en Cochabam–
ba, eran manifestaciones graves, síntomas
de anarquía- enraizadas en el ejército. El
de Chuquisaca ohedecía a la inspiración
del general Agustín Gamarra, quien, al mis–
mo tiempo, obteniendo un permiso premio-
Claustro del antiguo convento de Santo
Domingo, donde se alojaron las tropas
colombianas. Hoy ocupado por el Colegio
Nacional Ayacucho.
so del oficialismo de su país, inició la in–
vasión a Bolivia; declarando en la frontera
que deseaba colocarse
entr·~
la víctima y
l~s
victimadores. Era una paloma de paz
que comandaba 6.000 soldados bi"en arma–
dos. En puridad, avanzaba para sojuzgar
al país y tratar de anexarlo al Perú. El
Prefecto de La Paz, Ramón de Loayza, con–
ferenció en El Alto con el general Gamarra
y en seguida el ejército peruano ingresó a
la ciudad el 5 de mayo, encontrando en
las calles una hostilidad sorda. Muchos oii–
ciales bolivianos, ganados por la promesa,
actuaban, traidoramente, de acuerdo con el
invasor. La sorpresa había impedido la for–
mación de montoneras, para las cuales no
existían armas. Y no
s~
producía de parte
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