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aun a pesar de ellos, no importaba, porque

la historia de los pueblos no siempre es la

de los héroes, sino la de las gentes humil–

des que dan rumbo a los acontecimientos-,

quedaba fundada la

República Bolívar.

El

único país a cuya independencia se había

opuesto, era el que le ofrecía un homenaje

perdurable y, al mismo tiempo, reconocía–

le como su presidente. La voluntad popu–

lar, se hallaba sostenida aún por una ener–

gía revolucionaria que iba en ascenso, aun–

que materialmente el pueblo iba replegán–

dose sobr·e sus antiguas actividades, des–

pués de haber demostrado, una vez más en

la historia, que las naciones son la expre–

sión de su voluntad. Soslayando este crite–

rio, no siempre manifestado, decía de La

Paz el secretario del Mariscal de Ayacucho:

"Había tal vigor, cordialidad y vehemen–

cia en la expresión de los sentimientos que

los vecinos manifestaban que no podía

confundirse con vana lisonja. Era la ex–

plosión del patriotismo d.e aquel pueblo

viril y heroico, el primero en invocar la

independencia de España, jurando morir

en defensa de la libertad. La alegría y el

más puro gozo animaban a todos; por do–

quiera resonaban los votos de unión y de

fraternidad con que saludaban los dignos

paceños a los huéspedes que titulaban sus

libertadores.

"Íntimamente satisfecho el general Su–

ere por la patriótica recepción que había

tenido en el pueblo, fundaba en él sus

esperanzas, como en muy poderoso elemen–

to para el éxito glorioso de la campaña que

le ocupaba. Su afección por La Paz no fué

desmentida. Así fué que meses después, en

un banquete que le dieron en Chuquisaca,

el general Sucre propuso se consagrase un

recuerdo al excelso día "16 de julio de

1809", en que Bolivia fué la primera que

dió en América, en la Ciudad de La Paz,

el grito de independencia.

"El General Sucre no quiso salir de La

Paz sin dejar en esa cuna de la libertad

una muestra imperecedera de su profundo

respeto por la libertad y ventura de los

T. IT.

pueblos, y expidió en 9 de febrero un de–

creto en el cual se convocaba a una asam–

blea deliberante en Oruro, que determinase

sobre la futura suerte de las provincias del

Alto Perú".

Terminaba la fa-ena guerrera. Había aho–

ra que pacificar los espíritus, domar la

animosidad derivada de los sucesos eman–

cipadores. Los habitantes de La Paz, cam–

biaron armas por herramientas para soste–

ner, desde los talleres y las oficinas, la otra

batalla por la paz y el progreso, menos

heroica, pero no por eso menos creadora

y fecunda. En el comienzo de este nuevo

tránsito, descubríase que la colonia no ha–

bía sido definitivamente derrotada: los es–

pañoles monárquicos eran ahora republi–

canos, que abrazaban la nueva causa. Las

fuerzas militares que sustentaban la colonia

habían sido derrotadas. No obstante, sub–

sistía su obra, su organización, sus vicios,

el lastre de su pesada maquinaria adminis–

trativa y judicial y todo cuanto significaba

el instrumento de su dominio, lo visible y

lo invisible de su poder. Y para voltear

esta realidad decepcionante, hacía falta

otro linaje de esfuerzos. En el momento de

la lucha, los hombres no se p·ercataron de

esta consecuencia de pronto irremediable y

objetiva: se estrellaron contra las fortale–

zas coloniales, buscando libertad. Ahora la

tenían, pero esa libertad ·estaba todavía con–

dicionada por la colonia.

El Cabildo preparó con anticipación las

elecciones municipales y el programa de

conmemoración del primer aniversario de

la batalla de Ayacucho; le llamó la aten–

ción la conducta, cada vez más desemboza–

da, de las tropas colombianas, ensoberbe–

cidas, que ocasionaron algunos conflictos.

En medio de estas ocupaciones, sin embar–

go, en el momento de gritar libertad polí–

tica, de sentirla profundamente, de saberla

ganada con las propias manos, Ayacucho

brillaba en el horizonte. En el día aniver–

sario se obsequió cuatro reales por cabeza

a los soldados del ejército; se indultó a

los reos. Los retratos de Bolívar

y

Sucre,

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