Ya no serían proscritos; las plantas de los
altoperuanos asentaríanse sobre su propio
suelo, en la tierra de la patria, ·entrevista
en aquel documento y conseguida en el he–
roico empeño de 15 años.
El 18 de agosto de 1825, llegaba Bolívar
a la ciudad. Una delegación había salido
a darle la bienvenida. Era un hombre, y
un hombre lleno de libertad y grandeza,
que galvanizaba a los habitantes y les con–
movía. Las caUes estaban arregladas con
pompa; se levantaban arcos de victoria
para el Libertador. El silencio andino se
poblaba de vítores y aclamaciones, mien–
tras el regocijo aumentaba y hacíase emo–
ción colectiva. La bajada de El Alto fué
para Bolívar una marcha triunfal.
En el puent.e de Coscochaca, comienzo
de la región urbana, se erguía un arco con
puertas de oro. Platería, bordado de meta–
les, filigranas de los artesanos nativos y
mestizos; flores, colores. Junto al puente
tradicional, un símbolo de la lucha reñida,
doña Vicenta Juaristi Eguino -guerrillera,
heroína, patriota, carne y voz vivas de la
emancipación-, esperó al Libertador. Dió–
le un abrazo, que era el abrazo de dos tena–
cidades, de dos heroísmos, y entrególe una
llave de oro de la ciudad, con la cual el
Libertador abrió la puerta del primer arco.
Las palabras de la gran mujer fueron co–
mo sus actos: llenas de fe y reciedumbre.
D-ebajo de los arcos, en medio de una
incesante lluvia de flores, Bolívar continuó
acompañado de un cortejo de notables, has–
ta la casa pretorial, donde el Cabildo le
ofreció su saludo.
Bolívar, en la plaza, se encontraba fren–
te a los vencedor·es de Ayacucho. Allí es–
taban sus generales, como el valiente José
María Córdoba, sus oficiales, sus soldados.
Volvía a verse con ellos, que fueron _sus
amigos y los eficaces ejecutores d·e la obra
de la emancipación y la victoria. Arengó,
pero ya no para incitar al denuedo de los
combates; al final, exclamó:
"¡~oldados!
concluída como está la memorable jornada
que nos trajo hasta los pies de aquel coloso
(señalando al Illinu:zni) que este momento
os contempla con orgullo, constituiremos
estas provincias 'libertadas
y
las dejaremos
en posesión de sus derechos políticos
y
so–
ciales, para que sean tan felices
y
libres,
cual es la aspiración del ejército libertador
y
de vuestro general".
Los soldados prorrumpieron en un vítor
que multiplicó la sonoridad de la cuenca
andina. '
'
Bolívar fué conducido a la Casa de Go–
bierno. Le esperaban los oficiales d·e la se–
gunda división del Ejército Unido. Sucre
dijo allí vigorosas palabras de saludo.
Afuera, el nombre del Libertador era
una gigantesca ovación. En medio de un
cortejo agitado con la· presencia del héroe,
a cuyo lado encontrábase el Mariscal Sucre,
un representante de la curia eclesiástica
le puso una "guirnalda de oro, expresándo–
le que el pueblo de La Paz se ·apresuraba
a rendirle · este homenaje, como anticipo
de la corona de gloria con que le ceñiría
la posteridad".
Bolívar, con una naturalidad que ocul–
taba las nervaduras de la emoción tensa, se
quitó la corona y la puso en la cabeza de
Sucre, exclamando: "Venerable sacerdote,
no es a mí a quien es debida la corona de
la victoria, sino al General que libertó al
Perú en el campo de Ayacucho".
La exaltación de la multitud sencilla,
impresionable, generosa, llegó al d·elirio.
Siguieron ceremonias religiosas, cañonazos,
saraos, mientras las campanas de las igle–
sias golpeaban con sus sones la limpidez
azul del espacio.
En la noche se disolvió la fiesta,
y
el
Libertador pasó al reposo, mientras allí
cambiaba ideas con Sucre. A los pocos días
le visitó una delegación presidida por don
Casimiro Olañeta, llevando una informa–
ción de los homenaj-es que le tributó la
Asamblea.
Un mes y cuatro días permaneció Bolí–
var en La Paz. El 20 de septiembre partió
a Potosí, llevando la impresión de que un
país que ha sabido luchar y demuestra vo-
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