bía redactado ya, muchos días antes, el de- .
creto que proyectaba publicar en La J;>az,
y
cuya copia envió a Bolívar. Calló ante la
incitación. En cambio, se informó de la si–
tuación de las tropas realistas que coman–
daba el general Olañeta. Conocía, de ante–
mano, que la tarea militar por realizar era
de nuevo, sintió la necesidad de llevar a
las calles su júbilo. Antonio José de Sucre,
firmaba, sin modificaciones, el decreto con·
vocando a una asamblea de diputados de
las cuatro provincias, para que ellas, por
su libre voluntad, determinaran su futuro.
Histórica y
cronológicam~nte,
fué el pri-
La Alameda antigua que
fc.é
construída durante la Administración del Gobernador Sánchez Lima.
muy pequeña. Al vencedor de Ayacucho le
espoleaban otras preocupaciones. Estaba en
sus manos, como en las de Bolívar, arreglar
el futuro de las vastas zonas reconquistadas
por las armas. No podía desconocer que el
Alto Perú, por su propio esfuerzo, con sa–
crificios permanentes, elaboró, hito a hito,
su emancipación.
Los pueblos y los hombres, libres de las
amarras coloniales, propugnaban serlo tam–
bién en la aventura de formar república,
disfrutar la independencia que habían con–
seguido. Este clamor que llegaba a los
oídos del Mariscal Sucre, robustecía su
plan; las provincias altoperuanas merecían
ser libres.
Habían transcurrjdo dos días. La ciudad,
mer documento de valor jurídico formado
en La Paz. La oposición de Bolívar nada
pudo conseguir. El paso estaba dado, y a la
voluntad del Libertador oponíase la de un
pueblo que luchó la guerra más larga, des–
igual y heroica para poder gobernarse sin
tutelas.
De aquel decreto arrancará sus raíces la
fundación de la República. Si contrariaba
el futuro programa político de Bolívar, es–
taba respaldado por la energía revolucio–
naria popular y por la vehemencia de los
legítimos conductores de las guerrillas.
Poco después, el Congreso de Buenos
Aires resolvió que las provincias altope–
ruanas "han de quedar en la más completa
libertad para que acuerden lo que más con-
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