y
las aceras y las calles, algunas adoquina–
das. La servidumbre acarreaba desde los
surtidores públicos el agua potable para las
casas señoriales. La compra de alimentos
efectuábase en escala reducida; la mayor
parte de las provisiones llegaban semanal–
mente desde las propiedades, traídas por
los
ponguitos.
Los templos poblábanse de
feligreses para la misa cotidiana. La cal–
ma pueblerina solía sacudirse con la no–
vedad de las festividades del santoral. Los
domingos, llamaban con manos de atrac–
ción la corrida de toros o la plaza de riña
de gallos. De raro en raro, la representa–
ción de dramas y comedias de sabor cató–
lico, en verso, por lo general, salpicaba el
silencio vespertino con su trino de rimas y
consonantes. Y cotidianamente, en los fron–
tones de pelota vasca y los mesones, se di–
fundían las últimas noticias, y se pasaban,
distraídas, las horas jugando a la baraja,
bebiendo copas de licor y aumentando un
poco de fuego al descontento social. La
gente pobre, confinada en los extramuros,
podía embriagarse en los
tambos
de aguar–
dientes y gritar desde allí la verdad de su
aspiración insatisfecha.
La ciudad hecha por los conquistadores
y
los colonizadores, estaba exclusivamente
destinada a los españoles y a los criollos.
No tenían cabida allí los indios, empujados
al campo, al trabajo agrícola. Al centro,
elevábanse las casas señoriales de vastos
patios y crecidos aleros. Más allá, las ca–
lles y regiones de los oficios y las artesa–
nías. Al margen del pequeño radio urbano,
serpenteaban los caminos blancos y
las
sendas angostas, derrotas por donde discu–
rrían las llamas y los indios. Las calles y
vías poseían un claro significado, un ca–
rácter y una cifra: la boscosa
Alameda,
de
paseos elegantes en medio de robustos y co–
pudos árboles; la
Calle del Comercio,
don–
de efectivamente proliferaba la gente adic–
ta a los hechos crematísticos; la
Calle An–
cha,
para ingreso, en turbión, de los ejérci–
tos; la
Calle Honda,
junto al río ...
Desde este pequeño pueblo, primitiva
aldea, villorrio antiguo, se podía
VIVIr
y
sentir la vibración del país entero. Fué
matriz y cuna de los acontecimientos defi–
nidores de la historia y la existencia de
Bolivia. Su influencia fué ancha
y
larga
y se proyectó a los cuatro puntos cardina–
les del territorio nacional. Veremos en es–
tas páginas, en veloz oteo, el suceso pro–
movido ·en las casas, las calles y plazas de
esta ciudad móvil, ascendente, atravesada
por el río ondulante, interminable, testigo
y vigía de su acontecer social.
HORA MATINAL DE BOLIVIA
El 29 de enero de 1825, a la cabeza cle
sus tropas guerrilleras, entró en la ciudad
de La Paz el general José Miguel García
Lanza y asumió el cargo de Presidente y
Gobernador General de la Provincia. El
Cabildo le reconoció en esa calidad. Era el
primer Prefecto con misión republicana.
El acontecimiento, rebasando el marco de
las operaciones de un ejército, implicaba la
afirmación de la independencia del Alto
Perú y el cumplimiento del mandato impe–
rativo de los revolucionarios de 1809
y
protomártires de 1810. Terminaban los su–
cesos militares de la guerra para dar co-·
mienzo a
los civiles de la organización
autónoma. Lanza, con esa doble misión, re–
presentaba la fuerza inductora de la revo–
lución triunfante en los campos de batalla
y en las almas de los patriotas. El 7 de fe–
brero llegó el Mariscal de Ayacucho, An–
tonio José de Sucre, obedeciendo las ins–
trucciones de su amigo y Jefe, el Liberta–
dor Simón Bolívar. Tres días antes había
aparecido el primer periódico local. La
ciudad, de fiesta desde sus calles hasta sus
ventanas, y el pueblo, encabezado por
el
Cabildo, tributaron al héroe entusiasta re–
cepción.
Una noche, reposando en Acora, en el
tránsito de Puno a La Paz, Casimiro Ola–
ñeta propuso al Mariscal de Ayacucho la
independencia de las provincias altoperua–
nas. La idea no era nueva para Sucre. Ha-
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