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INTRODUCCIÓN
bre ha podido identificarse con la i1aturaleza y formar con ella y -el paisaje
una sola cosa.
Así se explica la falta de humanidad o, inejor dicho, la deshumanización
del hombre que ha sido arrancado de su campo y la trascendencia vital que
éste casi siempre revista para el campesino. Aparte de esta consustanciación
hay ·también otra causa fundamental ·que explica su apegamiento y es la de
que la naturaleza le sirve a modo de depósito inagotable de bastimentos: pe–
ces, los más variados, en sus ríos; animales de carnes diversas y de valiosos
cueros en los bosques milenarios ; aves de todas las especies en sus campos
y lagunas, que con las trepadoras y árbole.s incomparables forman un marco
de belleza viva a la idea de Dios, cuya existencia se muestra en las más diver–
sas manifestaciones de la vida del campo, en todo lo que no sale de la mano
del hombre y es aprovechado por él. Y como una consecuencia fórjase en su
alma la mística de una religión. En efecto, ha visto ''llorar a la breá'' los
tajos del hacha
y
al "kacuy" y al "crespin' ? la pena de la ausencia y de la
tragedia. Ha escuchado en las noches la carcajada fisgona de la ''bruja'' y
el graznido del '' viejoy' '.' Pero ha escuchado también la alegre sinfonía de los
pájaros y ha visto en las peores épocas la ayuda de Dios: los ''mistoles
y
algarrobos'' cargados de fruta
y
llover el agua generosa sobre la enjuta tie–
rra y surgir de ella la vida del campo. La flora y la fauna han generado tam–
bién al par que vocablos pintorescos que en síntesis expresan la cualidad exac–
ta de la planta o animal representado, multitud de ideas y sentimientos que
son como el espíritu vivo del pueblo. Superstición y milagrería, cuentos y
narraciones, recovecos del alma popular, creencias, conocimientos, toda la
vida anímica expresada, cantada, llorada, se ha generado en la fauna y la
flora que la naturaleza exhibe con sabiduría de maestra y galanura de artista.
En la compilación de los nombres que constituyen gran parte de nuestro
acervo natural, incorporado al alma de la tierra y de los hombres, exponemos,
en lo que nos ha sido posible, una breve clasificación científica, a la par que
describimos aquellas características dominantes de plantas y animales que
hemos recogido de boca del pueblo en nuestras andanzas por el campo.
V
Es casi norma general que lo
idimnas, en los nombres propios sobre
todo, descubran a la observación del filólogo, una modalidad de
entr~-casa,
familiar y afectiva, cuando no un dialecto típico, mezcla de dos o más lenguas.
Ello es debido, principalmente, a la frecuentación del trato y a la necesi–
dad de abreviar la extensión del vocablo o de la frase, usando en su reem–
plazo equivalentes que se adecúan a la arquitectura y fonética de las lenguas
preformantes. De este modo, la palabra derivada asume el valor de un sím–
bolo para el filólogo, que estudia en ella, no sólo las transformaciones
qu~
ha
sufrido, sino las partes que ha tomado de sus formadoras originales, gustan–
do, a la par, ese sabor que trasciende, íntimo y cordial, por virtud del afecto
con que se la usa en la cháchara libre y cotidiana.
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Palabras l'.epresentativas de este tipo son los equivalentes familiares de
los nombres propios. Son las que tipifican el dialecto, dándole un sentido de
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