INTRODUCCIÓN
15
La hibridación es un hecho frecuente. Suelen verse vocablos quichuas
mezclados a voces castizas. En menor grado entre el quichua y el cacán, el
vilela, el sanavirona, el lule, etc., siendo posible pesquisar sus raíces a través
de la deformación que han sufrido con los años o por el pasaje a sucesivas
lenguas. Con todo, es fácil comprobar la frecuenoia del quichua puro en la no–
menclatura toponímica de la Provincia.
Esta lengua, conocida en esta región antes de la conquista y difundida
luego po:r el misionero y el conquistador, promueve tal multiplicación de sí
misma que raros son los lugares donde no haya quedado vestigios de ella en
los nombres de los pueblos o ríos, de los cauces o pozos o vertientes, de' la·s
lomas o llanos o cerros, de las- quebradas o picos y de los mil accidentes geofí–
sicos o simplemente topográficos que dichos nombres caracterizaban, sucedien–
do a menudo que la voz actual sólo es un recuerdo de lo que fué y ya no es
más, por haberse borrado con el tiémpo las .características que documentaban.
En la lista de topónimos quichuas -muy abultada- se encuentran nombres
modernos en dicho idioma, lo cual se comprende fácilmente si tenemos en
cuenta que el quichua en ciertas zonas de la provincia es aún una lengua viva,
porque amurallada en el desierto, sin vías de acceso o de comunicación, per–
maneció sin contactos exteriores y sobrevivió por dicha causa, aunque detur–
pada y maltrecha. Esto, en cuanto a la jerg·a corriente, pero eñ cuanto a la
toponimia pueden encontrarse en ella voces puras del más afí.ejo cuzcano,
como la palabra '' unu'' que en el quichua arcaico significa: agua.
Podremos observar también gran cantidad de palabras pintorescas como
topónimos compuestos, tal " .Platopaquisca" o la persistencia de viejos nom–
bres indios como ''Aya" "CheJ·olán" "Lincho" "Cevilán" etc No faltan
_,
'
'
'
.
'
por supuesto, las palabras compuestas castellanas que en su construcción re.:.
flejan la influencia del quichua, como por ejemplo el topónimo conocido por
"Mula-corral" y otros muchos ; _
IV
En el estudio del folklore no debe faltar la nómina de plantas y animales
característicos de la zona, y menos en un trabajo como éste, primordialmente
folklórico, antes que etimológico.
Si se piensa que hasta estos seres se asoma el alma popular inquisidora
y
que ellos forman en cierto modo el paisaje de los misterios naturales que ella
trata de develar, es forzoso concluir que dichas representaciones vivas de la
naturaleza constituyen la escena donde ha de desarrollarse el .drama de la le–
yenda o del mito, esas formas irreales que elucubra e'l hombre con lo descono–
cido y que son como las proyecciones de su estado emocional.
Plantas y animales son la mitad de la .vida del campo. Son el manantial
de donde el pueblo extrae los conocimientos que ha de utilizar en su bene–
ficio o como un libro cuyas páginas le imparten las mejores · enseñanzas y a
las
q.ueacude para completar y perfeccionar su instinto.
Por eso vemos al hombre continuamente entregado a la naturaleza, ace–
chándola y escrutando los fenómenos biológicos que ·surgen de ella. Nada se
le escapa. Todo lo .entiende e interpreta,. de tal modo que con el tiempo el hom-