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sujeto por áurea cadena, se des–
tacaba sobre
su pecho la ima–
gen del Sol hecha del oro más
puro, i obra de T Úpac Amauta,
el
orfebre divino que había re–
tocado
últimamente la
imagen
de lnti,
i había
aumentado el
esplendor de
los regios i sacros
jardines con plantas, flores, ani–
males i estatuas tan llenos de vi–
da, que a·l verlos, el lnka i to–
dos sus nobles
quedaron mara–
villados.
Pendiente de finísima cade- ·
nilla de oro,
le colocó la Coya
Kusi Rímay, su konopa, talif.mán
que libraba de toda desgracia i
del espíritu
de Súpay (el Dia–
blo) ;
i que
consistía
en una
bolsita con una
esmeral'da que
figuraba la Luna.
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como final de tocado, e–
charon sobre sus hombros la ya–
kolla,
o manto real,
de color
sangre,
en cuyo tejido
i dibu–
jos, que teprerentaban dioses i
extraños séres,
se esmeraron las
Akllas, servidoras solamente del
Sol.
Las Coyas vistieron asimis–
mo áureas vestiduras. Mama Ra–
hua Okllo, favorita del Monarca,
vistió aquella madrugada el ak–
~ u.
o falda, de tocapu, finísimo
tejido hecho de anchas fajas de
esmerados -dibujos de colores de–
tonantes sobre fondo sangre, en–
tretejido de oro, que se desbor–
daba es flequería
de gUsanillos
que al andar
producían aJegres
sonidos.
Un aklla le sujetó las usu–
tas con bellar• cintas entretejidas
con hilos
de oro, que
cubrían
.las pantorrillas. Bellísimas perlas
adornaban .Jos dedos, engastadas
en áureos anil1os.
Anchos brazaletes
ador.na–ban sus brazos, i a
~\U
cuello en–
r oscaron
la~·
más
graciosas gar–
gar..tillas de perlas i piedras pre–
cio~as,
entre
las que pendía de
argéntea cadena,
la imagen de
la Luna, hecha
de la plata más
pura.
Con delicados peines i hue–
cesillos pulidos, le arreglaron el
cabello, negro como la Noche,
i
bellamente ondulado; le ajusta–
ron las sienes
con el l!autu de
oro, i colocaron
en sus orejas,
grandes pendientero, donde el bu–
ril había
grabado
caprichosos
dibujos.
-
Mirándose en el espejo, di–
jo en voz baja:
-Quiero las ojeras más pro–
nunciadas.
El aklla volvió
a sacar la
bolsita con antimonio, i el esfu–
mino, i dió a los
ojos un mirar
misteriosamente bello i divino.
En los numerosos anillos de
los dedos, brillaban esmeraldas,
topacios
i
otras piedras preciosas.
-Falta el anillo
que heredé
de mi madre,- exdamó ..... .
La mamakuna
que dirij1a
el tocado miró aturdida a las ak–
llas, i casi aterrada huyó la vis–
ta de Mama
Rahua, exclaman–
do:
-Mamánchic: perdonarás.
A.–
quí estaba el anillo.
-Es mal agüero tu olvido,–
dijo severa la Coya, dejándoce
poner el anillo.
Todas se estremecieron an–
te
el
olvido i el augurio siniestro .
acentuándose
la palidez de sus