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CAPITULO XX

Pedrarias dió fácilmente su

con [entlm1ento

a

trueque de la

bolsa de oro que le llevó Luque,

i

de formar parte, gratuitamente,

en la Sociedad; i Almagro equi–

pó a toda velocidad

el buque

más grande de los dos que ha·

bía logrado comprar,

i que fue

costruído por Vasco Nuñez.

--¡A la vela

el que quiera

ser rico!,- exclamó Juan Gómez

Pérez, úno de

los más desarra·

pados aventureros.

-Sí,- le gritaron,- ya que no

tienes más que los cueros! . ... .

En efecto: aventureros abu–

rridos del ocio, formaron las fi–

las, i pronto Pizarro se vió con

más o menos cien hombres, re–

r ularmente equipados, aunque nó

con fusiles, pero sí con ballestas;

i con ellos, después

de la misa

celebrada por Luque, i en la cual

comulgaron los tres de una hos–

tia, partió,

a mediados de no–

vie'rnbre de

1524,

en busca del

fabuloso i opulento País que ha–

bía es•ado a puntr¡ de extraviar

su cerebro.

La misa fue

tan solemne,

como nunca

se había visto en

aquella Colonia.

La multitud la escuchó con·

movida

i

lloró

de

emoc10n,

cuando el Cura partió la hostia

i se la dió

á

sus dos socios, in·

vocando el nombre de

la

SantÍ·

sima Trinidad

i de la Santísima

Virgen, pidiéndoles decender so·

bre los dos Capitanes i llevarles

a

la victoria contra

"el

Imperio

de los infieles".

El

día estaba risueño . Los

tripulantes subiet:on al buque per–

signándose: "en nombre del Pa

dre, del Hijo i del Espíritu San–

to" , e invocando a "jesús, Ma-

.ría i José" , llenos de

entusia~o

i

de la máa santa eq>eranz:a.

-Buen Dios: que triunfe tu

~anta

fe .. . .. .

En esos momentos todos se

esforzaron

en acallar el objeto

1eal de la empresa.

Un super–

ticioso temor invadió

su ánimo,

i todos cubrieron con el ropaje

inocente de su Religión, el mos–

lruo de su avaricia

desenfrena–

da.

Había quemado

varias a·

1robas de cer.a, i el incienso bas–

tante para marear

a su Dios, i

obtener así su irrestricto consen–

llmlento para

una empresa dt:

sangre, de crimer.

i

de matanza.

Los hombres tuvieron siem–

pre la temeridad de encharcar a

su Dios, achacándole

¡al pobre

Indefenso

1,

todas sus fechorías,

sus maldades 1 sus locuras!