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so:dados de la jur.ticia i majes–
tad del Reí, nuestro Señor,
i
los
valientes
cruzados
de
Crir.to,Dios
nuestro,
i Salvador de los
hombres. V o. otros habéis deja–
do la tibieza de vuestros hoga–
res i desafiado las tormenta[ de1
1\tlántico, por
extender nuestrct
fe,
luchando contra los bárbaros
infielet;
¿cómo, pues, os aco–
bardáis al primer paso, tan só–
lo porque sal· an
pequeñ<.s dec;–
graciar
1
contratiempos
a vues–
tro cuello? . . . . . . . Sed dignes
cruzados de Cristo, que ha que–
rido probar vuestro ánimo i co–
razón
colmándoos
de amargu..
ras, que ron nada
comparadas
a
la~
que él padeció
por noso-
lros ...•••
Luego, después de un emo–
cionado Dilencio, agregó:
-Las riquezas
i las
glorias
humanas, son para los pacientes
i los sufridos,
para los que tie–
nen el valor de per[.everar i do–
mar las desgracias i sufrimientos,
porque a grandes padecimientos,
grandes recompensas.
Finalmente,
les habló con
mayor calma:
-Acordaos de
las;
glor~osas
hazañas de Ojeda, de Balboa i
de Corbés. Vosotros sóis. tan va–
lientes como
los
conqui~:tadores
de Méjico . . . . . . 1 yo no os he
engañado: recordad
que voso–
tros mismos
habéis .....,9ído
con
vuestros propios oídos, cómo es
de cierta la
exis~encia
de un fa–
buloso Imperio,
que
los indios
últimos volvieron
apellidarle Pi–
rú. Nosotros seremos dueños de
esas riqueza-s deslumbradoras, tan
sólo a precio de costancia
i
de
valor.
Los hombre!> callaron estre·
mecidot. de la más
grata espe·
r~ nza,
mientras la lluvia comen–
zó a retumbar con toda temeri–
dad, subrayando el discurso de
aquel hombre cuyo corazón era
tan gracnde como su propia ava–
ncia.
.Sinembargo
f e
decidió
a
enviar su buque a la l!>la de Per–
ias, a proveerse de
alimentos
i
cuanto creyó menester.
-Montenegro
1,-
exclamó:-
vos iréis en busca
de provisio-·
nes, mañana.
-Así sea, seor,- contestó el
dicial.
Apenas amaneció,
Monte–
negro, con la mitad de la trop a,
se embarcó rumbo a Las Perlas,
dejando
a · sue
compañeros en
completa ansiedad.
Pizarro
i
el resto de ejérci·
f.o, se
internaron
s~guidamente
en el bor que,
resueltos abrirse
paso hasta encontrar algún pue–
blo o salir de semejante espesu–
ra a la Sierra.
Pa~aron
días.
pasaron
se–
manas, sin encontrar huellas hu–
manas, i sin que los díar· dieran
señales de l(a vuelta del buque.
Las provisiones iban toca\1-
do a su fin;
i
el valeroso Piza–
tro comenzó a compartir con su
tropa lo poco
que le quedaba;
hasta que
terminado el
último
grano, los pobrer aventureros se
" ieron obligados
a
buscar ali–
me,pto en las plantas del bosque.
En lof:l cascos de acero co–
cieron las hojas amargas de
la:.;
palmeras; las
yerba~
más suaves
i
tiernas que pudieron hallar; pe·
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