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n

J38~

to . . . . . . ¡Estaban ya casi muer–

tos por un hambre voraz! .....

La mayor parte

de aque–

l'.os manjarez consiEtÍa en carne,

de la cual

comenzaron

a co–

mer con bastante voracidad, con

el ají que encontraron en las co–

cinas. ¡Tanto tiempo se habían

privado de ese manjar!

Mas, con espanto indecible,

sacaron

a

lgunoc. soldc.dos manos

i pies humanos, de las ollas hir

vientes.

-¡Horror!. . . ¡Santo Dios!,–

exclamaron- . . . Estamos en ma-

nos de los caribes! ..... .

I

horrorizados con kmejan–

te descubrimiento,

los cristianos

huyeron de aquel macabro lu–

gar,

en el cual

creyeron hallar

t

1

principio de su quimérica feli–

cidad.

Era,

pue~..

una tribu antro–

pófaga d el nor:e de Tierra Fir-

me . . .. . .

Inmediatamente

llegados al

borde dd mar,

se embarcaron

de nuevo,

i continuaron su na–

vegación hacia

el

Sur.

La lluvia comenzó a derra–

mar[ e otra vez,

i el

temporal

se desató violento; pero los es–

pañoles se (1intieron dichosos en–

medio del mar tempestuoso, le–

ioc de aquel

teatro

donde los

hombres se comían sabrosamen–

te a los hombres.

Lo r días se mcedieron i el

temporal

fue decreciendo. La

sonriente mañana, de citlo dul–

cemente celeste,

los

encontró

fren~e

a una costa halagüeña, po–

blada de un bosque de plantas

parecidas a

los nopales, que a–

vanzaban

hasta las

aguas del

mar, formando

con

'\Us raíces,

redes tremendas que impidieron

el acercamiento del buque.

Pizarra mandó

fondear lo

más cerca posible,

i

comenzó a

t..x¡;lora~

el paír . Encontró va–

rios senderos que liegaban ha3-

t·a

la mar; lo cual le hizo pensar

que el lugar debía estar habita–

do.

-Pronto habremor.

conoci–

miento,-

dijo

a Montenegro.–

Mientras tanto, plegue al Cielo

que no volvamos hallar más ca–

ribes. Más allá de una legua des–

cubrieron en la falda de un ce–

rro un

poblacho máo

grande

que los que hasta allí habían ha–

llado . Estaba rodeado de fuer–

tes empalizadas,

terminadas en

puntar. agudas,

que

formaban

poderosas defensas, enmedio de

un campo fértil i cultivado.

Los naturales habían espia–

do a

los blancos,

i tan luego

los vieron acercarse,

~e

retiraron

a..

e!:.conder sus mujeres, sus an–

cianos i suc niños.

Celébraron

consejo de guerra, i determina–

ron atacarlos. Ya

tenían conoci–

miento de su avaro

compor:a–

miento.

Entretanto Pizarra tomó por

asalto

el

indefemo

poblacho,

donde

haHaron

prov1s10nes en

abundancia,

i menguados obje–

tos de oro,

que los

e~pañoles

cargaron, coR

toda la entereza

del dueño.

Vueltos cerca de la cos:a,

Pizarra

estableció su

cuartel.

i

envió a Montenegro al frente de

una fracción

del

ejército,

"a

P.egociar con loo indios," dicién-