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- t

34-

1

o algunas

de éstas

rew~ ·

aron

tan venenosas,

que los pz:_itneros

r¡ue las comieron, comenzaron a

estremecer el aire con gritos de

tan a gudoc dolores, que amane··

cie.ron ya muertos.

~¡ Qu~

dolorci o! ... . . - gri

laban . . . . . . - ¡Ay,

]

esús! . . . . . ·

!Ay, Jesús! . .... .

Otros vociferaban sombría–

mente:

~MalQ!~a

la hora en que vi–

He! . . . . . ¡Maldita sea mi estu-

pidez! . .... .

Muchos preferían

i llama–

ban a voces

la Muerte,

antes

que a!imentarse

de aquellos a–

limen

O[·

siniestros ;

i en efecto,

acababan por mo:::irse

por con–

sunción.

Un día, vagando

aquellos

espectros,

vieron a

través

del

follaje una luz i <.orrieron

avi~

tar a Pizarro, quien, con un pu–

f:ado de hombres, se abrió paso

a través de" la tupida vegetación,

i

al salir fuera de ella, vió, con

inusitada alegría, un pequeño po–

blacho

edificado

~:obre

un ba–

rranco, que 'rodeaban

pequeños

sembríos.

Los naturales

al ver a los

blancor,

huyeron

dejando sus

chozas ; éstos se precipitaron en

ellas como galgo::¡

hambrientos

que se lanzaran

sobre sabrosas

viandas,

i

con gozo

indecible,

encontraron

una gran

porc10n

c.e

coco~

de maÍ'.::. que les vi–

no a librar de la mue:·te.

Poco

a poco los natura les

cobraro11 ánimo, i re!,"resaron. Al

verlos tan

demacrados i ham–

brientor.,

i que se habían apo–

derado de todos

sus alimentos,

k s hablaron en su l,enguaje, di–

ciéndoles:

-Quienquiera que seáis, i de

donde

vengái~,

¿por qué no os

quedáis aquí

í

labráis el suelo,

QUe os dará suficiente alimento

i

r:o

andé:s robando i muriéndoos

de

hambre?

Pero los ojos de Pizarro

i

los de su gente se abraéaron en

fiebre,

i brillaron,

cual insectos

fosforecente·~.

a

la

vista del

codi~

ciado metal

que los

naturales

tlevaban en colgantes i

brazale~

tes

i

o~ras

to[.cas alhajas.

No obstante, no era la pre–

.sa lo suficientemente importante

para no · ahogar

por ahora su

1stmto rapaz,

i Pizarro explicó

lo mejor que pudo, diciéndo.les :

~Somos

súbditos de un po–

deroso Monarca que vive más a–

llá de los mares, i ésta eF su in–

signia: c&.ludadla como lo hago

yo .... . .. .

I enseñándoles un crucifijo,

agregó:

~I

adorad

a nuestro Señr.r

•esucris ·o, que

padeció i

m1~r!ó

por nosotros, por limpiarnos de

nuestros pecados . .• . . .

Los naturales,

regocijados,

se miraron i se rieron, í sólo al–

gunos besaron

el Cristo a

ímí–

tar.ión de Pizarro, riendo como

los ótros,

í

sin saber el

f:.Ígnifi–

¡·ado de cuanto les había dicho

~1

valiente cruzado.

Pizarro

se dirijió

luego al

jefe rle aquel poblacho, e inquirió,

más por señas que por palabras,

el estado de aquel país i de sus

riquezas. así como por la exis–

tencia del rico lmperío que ve–

nían buscando.