do
le:
-Entenderás
de
atracllos
más por bien que por ma
i,
ofre–
ciéndoles,
si
mene~.ter
fue~e,
nuestras alhajas. . . .
I que Dios
te socorra.
-Gracias,
i
ha~ta
la vuelta,·
contestó Montenegro, agregando
para sí
el santo
i seña de su
Religión, que conforta el ánimo
hac.e huir a
los. diablos.:
-Jesús, María i José.
1 se adentró rápidame.,te en
los desfiladeros
de
los cerros
costeños
que penetraban
hasta
cerca del mar, como avanzadas
de la estupenda cadena de mon–
tes de los Antis cidlópeos.
Los indios
~eguían
sus mo-
vimientos ..... .
Hacía
un momento
qu~
l\'lontenegro
se había
perdido
en la quebrada, cuando tremen·
das piedra& comenzaron
a des–
peñarse del cerro.
Con
aplastante
velocidad
decendieron, arrastr.ando una a–
valancha
de piedras menores.
La tropa
de1.prevenida
dió un
grito de horror;
pero Montene–
gro ordenó partir a
toda carre–
ra hacia los
cerros cuya salida
felizmente no estaba mui lejos.
Las piedras cojieron i tritu–
raron a dos españoles, sepultán–
dolos bajo ws moles, en la que–
Lrada.
Apenas la
tropa
escalaba
el cerro del frente,
cuando un
agudo grito de guerra i de triun–
fo atronó el espacio.
Nubes de flechas ·
i
piedras
ensombrecieron
los
aires, sor–
prendiendo a
los españoles, que
por un momento quedaron
pa-
ralizador de estupor , · i de mie–
do, ante
la inesperada
i
braví–
~ima
acometida de los salvajes,
que, desnudos
i
pintados sus
pieles de colores
briltantes, pa–
recían los demonios de los cris–
tianos.
Las flechas fueron dispara–
das con tanta fuerza i tan dies–
tra>mente, que algunas
atravesa–
ron las junturas de las cotas de
mallas . i los petos
de algodón,
matando a dol: españoles más, e
hiriendo a una docena.
Repuestos de su pavor los
españoles, siguieron
a Montene–
gro i cargaron furiosamente con–
tra los indios, con rus ballestas,
produci~ndo
una gran mortan–
dad en sus filas;
lo que los o–
hligó a cambiar el teatro de la
contienda; pues rápidamente, por
caminos bien conocidos por ellos,
atacaron la guarnición de Piza–
rra.
-¡Santiagoooooo
1. . . . .
¡i a
ellos
l. .....
Gritó Francisco Pizarra, con
su voz de clarín. l saltando los
muros de
sus defensas,
atacó
bravamente a
los
indios. Pero
éstos, i especialmente sus jefes,
estaban
díspue~tos
a
vencer o
morir;
i
atacando a
los españo–
les con
el
ímpetu de un torren–
!
e que
rueda por
las laderas,
produjo tal confuúón en sus
fi–
las, que el mismo Pizarra se vió
obligado a retroceder, tropezan–
do
i
cayendo en seguida.
Un
horrible
alarido
de
triunfo he!ó
a
los desconcerta–
dos barbudos.
El jefe de los salvajes sal–
tó como un tigre sobre su pre-