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Pero entró el Caporal, un
eQpañol, i callaron acurrucándo•
se de pavor,
como
los niños
cuando sus madres los hacen te–
mer con el engaño
del "muer-
to'' .•••••
Entretanto
los dos amigos
discurrían sobre la forma de ob–
tener
d
permiso del Gobernador
Pedrarias, i luego, cómo i cuán–
do habrían de dar
comienzo a
la expedición.
Eran ya personajes, i el Sol
de la tarde del día siguiente, les
hallaría con el problema entera–
mente resuelto.
Se sentaron a la mesa más
tarde que de costumbre,
i
el a–
peúto acaJlló por un rato la ver–
bosidad de los
socios valientes.
No recordaban haber almorzado:
los S<Ucesos del día no habían si–
do a propósito para menesteres
de tan baja naturaleza.
-¡Olé!,- dijo
Pizarro
sen–
tándose:- no nos habíannos acor–
dado de doña Panza.
-La cosa no era para pen–
sar en tan poco,- exclamó Alma–
gro.
Así fue entrando Panamá,
en las espesas
sombras de una
noche discreta i sin Luna.