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de tormenta, -

que

arranc·~

la hierba, elevándola por los

aires, -

¡ay!, y con -ella tu mata de i.sehu

y

tu nido, sin

1

dejar nada."

.

Otro

se

enternece ante una flor silv-estre que comienza

a marchitarse:

"¡Oh flor de acanto, -

flor admirable!, -

¿qué ·Colibrí

cruel te hirió? -

¿Qué ave maligna te ha envenenado?

"Desde el instante fatal en que su pico te hirió, -

¡-oh

mi flor de acanto!, -

tú ya no eres beUa. - Het·e a·quí mar–

chita, -

¡oh, mi:Jlor de acanto! ·

"¡Oh quer.ida flor de acanto, flor tan bella!, -

¿qué

colibrí brutal te atravesó con su da.rdo? -

¿Qué ave horri–

ble -

te ha desangrado?"

Las diferentes emociones que .sacuden la sensibilidad del

quichua

se

reflejan naturalmente ·en su físico, como ·en un

espejo; pero apenas la prudencia lo exige, se dom!na

y

di–

simu1a

sus

impresiones bajo una máscara de piedra.

Particularm.ent·e las penas dejan profundas buellas en

su rostro; un gran dolor abre en su corazón una herida tan

honda que no cierra. sino poco a poco, cicatriza mal y vuelve

a abrirse fácilme_l}te.

Es

inconsolable.

He

a-quí un viudo que

canta su. sufrimiento a su hijito:

.

"Ayer pr-endí fuego- a los arbustos de la montaña; -

incendié vastas estepas de i.schu seco, -

allá, en las regio–

nes de pastoreo. - D

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ime-, ¿se ven aún las llamas? -

¿Arde

aún todo aquello?

"Y bien, si el fuego ·está aún enc-endido, -

si la mon–

taña ·entera arde aún, sabe, pequeño, -

que ·tus lágrimas

de niño podrán apagarla, -

antes de apagar el fuego de

mi tristeza."

*

Junto al amor que S'iente hacia sus hermanos de raza

y

los

animal~es

de la

~creación,

el quichua abrig-a en su co–

~

razón otras. pasiones menos nobles: antipatía, rencor, odio

y

venganza en diferentes grados de intensidad.

En

la vida corriente no se s·eñalan riñas entre los indí–

g-enas. Aun al término de los banquetes

y

las fiestas, cuan–

do la embriaguez

re~nima·

los resentimientos

y

un insulto

cualquiera enciende la có1era, jamás desenva'inan armas

. mortaJ.~s.

Los puños, un

lát~go

o un ga:r;rote les basta para

rematar la disputa

y

salvaguardar el honor. A lo sumo se

derraman algunas gotas

d~

sangre.

Apenas los dos adv·ersaTios se traban en combate, sus

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