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'

.

apoyando sobre una roca el fusil, ,demasiado pesado para

sus brazos desfaHecientes, intvépido bajo la granizada de

plomo que azotaba la

tierra~

su alrededor, ·continuó dispa–

·rando hasta que la muerte 1e veló los ojos.

El 4 de f·ebrero de '18-82, dos mil chilenos asciende

n por

la cordillera en dirección a Bucara; dosci·entos indios

a.cu-

.

den y durante cirico horas detienen la colum9a de inva

sores

.

En un furioso ·cuerpo a cue-rpo el j·ete de . los combatientes

quichuas .es tomado prisione·ro. Interrogado sobve las fuerzas

del ejército peruano y ·el camino que siguen, Lindo no hace

más que sonreír. Ni la tortura lo hace hablar. Condenado a

muerte, se le conduce a la plaza de Huamanmarca. A su

paso, el coronel chileno saluda al héroe que va a

morir. En

un gesto soberbio de orgullo, el indio se detiene y

excla.ma:

-¿Con qué derecho s:e perm.ite un ofi.cial chHe

no saludar

a-un patriota peruano?

.

Y con desdeñoso gesto va a colocarse fr·ente al pelotón

de fusilamiento. Han ·preparado allí un banquillo; lo aparta

de un puntapié.

--~Un

peruano -afirma_. muere si-empre de pie. Lindo

no podría morir de otro modo.

Magnífico en su ser·enidad, el mestizo cruza los brazos

y sonrí·e a los fusiles que se levantan contra él.

----Disparad -dic·e-. Aun qu·edan muchos como yo en

estas montañas.

*

· Las indias no son inferiores en bravura a sus abuelas de

los tiempos de Manco 1Capac, ni a sus esposos e hijos com–

batientes. En las guerriHas, tanto ·en 1882 como en 1820,

mucha-s mujer•es seguían a sus maridos a t·ravés de montes

y valles. E1

quipé

o alforja echada a la espalda les ser–

vía para llevar víveres, ropa, ol·las y el más pequeño de sus

hijos. Cantinera de los suyos, cada una de ellas se preocu–

paba ante todo de la comida. En la refriega se situaba de–

trás de su marido, le pasaba · las balas, le daba de beber,

lo curaba cuando herido y lo reemplazaba ·en disparar; fi–

nalm·ente se retiraba con el cadáver si el hombre moría en

la defensa de la choza y e·l val1le natal.

Mientras las tropas peruanas se lanzan al asalto de la

colina de San Francisco, un sargento pr·ecede la

co~pañía;

siguiéndol-e va su mujer, Do,lores, las faldas arremangadas ·

hasta las rodillas como un pantalón de zuavo, y sin cesar

repit-e a los soldados .la orden de su marido:

"i

Adet!ant·e!"

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