_de los
qui~huas.
El sitio de Cuzco
y
la defensa de Tambo
son testimonios de eHo. Y esta misma valentía se transmi–
tió a través de los siglos. En 1570, 1743
y
1780 vuelven a t'o–
mar las armas, desiguales
si~empre,
pero por esto mismo más
intrépidos.
En
la última
subl,eva~ión,
el inca Tupak Amaru
reconquistó
~eis
provinctas a la cabeza de 60,000 guerreros.
Cuando en 1820 sonó la hora de la independencia para
las colonias españolas de América del Sur, los quichuas qui–
sieron recobrar la propia.
En
noviembre de 1821 .se reúnen
4,000 de la raza en Huananga, armados de hondas y garro-.
tes, sin orden ni disciplina; sin más atacan una tropa real
- de 480 infantes
y
200 jinetJes apoyados por un cañón.
D~esa
fiando bal,as, picas
y
~espadas,
combaten cuerpo a cuerpo
y
dejan mil de sus hombres sobre el campo de la matanza. _
Su auda-cia, su bravura, su astucia, su conocimi-ento de
los v,ericuetos montañeses, su sobriedad sin igual, los con–
vierten
~en
tremendos enemigos. Invisibles
~entre
las rocas,
acosan las retaguardias, sorprenden
y
matan en un abrir
y
-
c~errar
de ojos a todo ;rezagado.
Un día, veinte jinetes españoles penetran, como explo–
radores, por los senderos de la covdillera, atentos al menor
ruido, escudriñando sus ojos cada arbusto
y
roca. Nada se
mueve,
y
se creen en seguridad. De pronto, varios bloques
d-e granito se despefian por la pendiente opuesta
y
c-ente–
nares .de piedras silban por el aive
y
ca,en sobre ellos. Están
rodeados por todos lados,
y
ya los indígenas se precipitan
sobre ellos
y
maniobTan tratando de empujar, a golpes de
mazo, los caballos hacia el abismo. Cinco soldados son cap–
turados
y
sus cabezas Hev,adas como trof.eos.
EL24 de enero de 1822 medio escuadrón real, de cincuen–
ta hombres, sale en una gira de exploración: todo está en
calma alrededor de
el~~
os
y
departen alegre,mente. Pero de
pronto los arbustos se ag-itan y una lluvia de pi,edras cae
sobre cascos
y
corazas. Sin poder refugiarse en la ladera,
erizada de magueyes muy espinudos
ry
de bloques inmen–
sos de roca viva, los jinetes se .aprestan a def,enderse en des–
~ubierto,
y
disparan
sobr~e
los indígenas, que brincan de
refugio en refugio
y
de un arbusto a otro.
.
Bero no tardan -los arr,cabuces en silenciarse: Jas mu–
nic'iones se han .agotado. Era el momento que esperaban los
qui~huas:
se
lanzan auUantes por la
pendi~ente,
caen sobre
el enemigo, hieren y matan
los
caballos, luchan con sus ma–
chetes contr,a las espadas
y
aniquilan al destacamento.
Celebraban su victoria, rCUando de súbito perciben el
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