contentan con sitiarlos por hambre. Pero
los
dos jefes m·e–
ditaban una sorpresa.
Una mañana, Juan divide a
sus
jinetes en tres peloto–
nes y a
sus
auxiliares en tres batallones. A la débil luz del
alba,
éstos
abren la marcha en
tres
·qirecciones opuestas;
los
caballos los -siguen. Al llegar a .las puertas de la ciudad,
-
todos arrem·eten juntos l:la·cia el campamento indígena, su-
mido aún en el sueño, sem.br1ando la'
muer~e
y el ·espanto. Al
principio no es sino una espantosa matanza-; pero pronto
los quichuas
se
reha·cen, se agrupan, contraatacan
y
manio–
bran con habilidad, usando las cabalgaduras y las armas
arrebatadas a
los
invasores. ,
Hacen cargar los a'r:cabuces por sus priston:eros blancos
y disparan ellos mismos, eligiendo cuidadosamente sus víc ..
timas. tos más ágHes e tntrépidos,
se
lanzan en un salto
de felino sobre la grupa de los caballos, cogen por la cin–
tura al jinete
y
tratan de des,ensiHarlo. Esta lucha sin cuar–
tel dura hasta la noche. Diezmados y rendidos, los quichuas
renuncian entonces a apoderarse de la ciudad y se refugian
en las montañas de los rulr,ededores. Desde allí vigilarán
y
cerrarán todos los pasos. El hambre será
su
mejor aliada
y
les dará la victoria final.
Sin embargo, conservaron la
fortal~eza
situada al Norte
sobre una roca empinada. Juan
Pizar~ro
dese'a recobrarla.
Pero, ¿cómo? Dominando la ciudad sobr·e un corte a plomo,
y
.coronada además por un muro,
es
imposible pretender un
ataque de frente; escog,e, pues, el flanco derecho, que da
sobre el valle y no está defendido sino po:r dos muros en
m·edia luna. Una tarde, antes de la
~entrada
del so1, sale de
la ciudad a la- cabeza de un escuadrón seleccionado, y, para
mejor despiJStar, se dirige hacia la izquierda, como, si andu-
.
viese
simplemente 'inspeccionando. A la caída de la noche,
da media vuelta, se dirige a la montaña, toma por un atajo
hacia el valle
y
pasa por los desfiladeros que lo conducen
al Est.e del fueTte y a su entr·ada. Desprovista de üentine–
l.as,la fortaleza
se
encuentra solam·ente obstruida por gran–
des y pesados
~rozos
de roca.
Los jinetes echan pie a tierra y, .en el mayor silencio,
retiran los bloques de granito. Sin :embargo, alguien
da
la
alarma, y en ·el prim·er patio los r·e·cibe una lluvia de piedras
y
flechas. -No obstante este alud, no ta:vdan en echar abajo
la pueTta de la segunda muralla, vuelven a montar a ca–
ballo e invaden el camino ab1erto, donde y.a los indios les
presentan resistencia. Pero aplastados ·en
este
corr,edor por
229
. 1