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cercanos, esperaron· las órdenes de su soberanó. Para unirse

a ellos, Manco urdió una

·es~ra

tagema que le sugirió _la co–

dicia de los invasores. Solicitó a Juan Pizarro autorización

para ir solo a la montaña, prometi,endo regresar con una

estatua de oro que s,e encontraba escondida en una gruta y

que estaba

dispu~sto

a entr·egar como tributo. Tentado

por

la perspec'tiva de 'tan espléndido tesoro, el español lo ·dej 6

marchar.

/

Pasaron ocho 'días sin que aparecieran rey ·ni estatua.

Inquieto, Juan Pi'zarro

sa.li

:ó ·en su busca a la cabeza de

sesenta jinetes, y de¡g:c·endió por _·el valle tranquilo y ders'ierto

hasta la orilla del Yucay, a siete l1eguas de distancia. Al

llegar allí, se apodera de -él el más grande estupor: sobre

la otra orilla y por las faldas de la montaña hormiguean

las__

inca.lcu}ables legione1s indias, formadas en eenturias· y

dispue~tas

a.I comhate.

,Oon sólidas corazas forradas y reHenas de algodón, cas–

cos de metal adornados de oro y pedrerías, máscaras h·brri–

bles de ·

be~tias

monstruosas, aquellos guerreros agitan hon–

das

y

arcos., sables y lanzas, la,rgos maZ'os y ha,chas d·e filo

de cobre templado. La

~consi·gna

ordena cer.car a:isladament·e

a

los jinetes y rematarlos uno a uno con piedras, jabalinas

y

fl~e~has.

Pizarro no vacila; se lanza el primero al agua, seg-qido .

de su escuadrón. Los caballos nadan bajo una granizada de

proyecti·les y. llegan desordenadamente al otro lado, lo que

favor·ece la maniobr.a india del ataque individual. S'in em-.

bargo, los jinetes logran reuni'rse y · formar un escuadrón

que

~taca

furiosamente el ejército auHante que los rodea.

Ante este torrént.e de fierro, los indíg·enas pierden pie y se

desbandan, no sin

~contraatacar, mi~entra.s

sus flech·as, ha–

chas

y

ma~os

golpean reciamente.

Por la noche se retiran a la selva

y

las rocas de la5

pendi-ente:s cercanas, mientras el capitán -español perma–

ne·e~

en

~el

campo de batalla con .sus muertos y sus heridos.

:Para ;r;omper el cerco, se lanza desde el alba a los desfila–

deros; pero entre las

· pa~edes.

·estrechas no puede evo1ueio–

nar su tropa,

y .

durante dos días. ha de stOportar un atlud

continuado de flechas

Y1

rocas desmoronadas por el enemi–

go desde las -alturas. -

'Pero he

aqu~

que al tercer dí-a le Hega un m·en:saj ero:

situado .en la ·capital, su hermano Hernán · le pide auxilio.

Juan

se bate

en

retirada,

a~cosado

por las miríadas de in-

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