.trabajar él mi.smo la mina. Se imagina· obligado a vender
· sus animales para pagar a sus ayudantes; se ve cogido en
los engranajes de la e)Dplotación, perdida su. dulce quietud,
su libertad de acción, y, en cambio, expuesto a ser engaña–
do, estafado y robado. Esta posibilidad paraliza en él todo
deseo de enriquecerse. Por consiguiente, calla, sin r·evelar
a familiares y amigos la
exiStencia del hallazgo, aun cuan–
do se trate 1,e plata, mer·cur.io u oro.
Cuando, por ventura, se resuelve a sacarl·e un provecho,
no va más allá de lo justament·e necesario para vivir con
l·a m.enor fatiga posibl·e y a escondidas de su familia.
!Si algún indio mestizo o blanco
sosp~cha
alguna vez
la existen,cia tle la ·mina e intenta entrar ·en sociedad con
él o comprarle las vetas, ante todo el quichua .niega la
rea:Udad de 1;ts ·C'Osas, o por lo menos pretende engañar
al proponente; multiplica las promesas, le sonsaca dinero
adelantado pa-ra la explotación, temporiza y finalmente se
guarda su secreto.
Por otra parte, .el quichua es un deudor temibl·e. S.iempre
dispuesto a aceptar dinero prestado, no tiene ·en cambio vo–
luntad para
devolv~rlo
nu.nca; es la a1stucia encarnada para
esquivar los vencimi·entos y los T·eclamos del -acreedor. No
es que olvide sus deudas, pero desde el momento mismo que
entra ·en posesi-ón del dinero :prestado, está r·esueLto a no
devolverlo tan fácilmente-. Cuando vence la fecha fijada para
la devolución, él lo sabe perf·ectamente, pero deja pasar
tranquilamente ·el tiempo, esperando que ·el interesado vaya
a embargarlo _si le· viene ·en g:ana.
Si
el acreedor se pres-enta y le corta todas las esca–
patorias, el in
dio r·ecurre a su gran .excusa: la mis·eria.
Es
una com€dia ·
Q.Uerepresenta a la perfección, después de
guardar su dinero en cualqui·er patte, sea ·en un
ho~o
en
la ,ti-erra, ·en el hueco de un árbol, o en el fondo de
u~a
vasija llena de maíz.
Despu~s
de tomar
e~ta
precaución,
se
presenta a su acreedor con la m·enor suma posi.ble. Ante
él abre
y
vacia su pequeña alforja de . lana o cuero y jura
no disponer de un centavo más,
y
llega al ·extremo de pro–
poner, si no se tiene fe en él, que vayan a registrar su do–
rilicilio.
El acreedor no se
del~
convencer, y lo amenaza. Inme–
diatamente el indio se vuelve humilde, y declara que por
tener paz está dispuesto a
~omprom·eterse
en otro présta–
mo para saldar su deuda. S.egún él,
se
dirige dond·e un
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