cuchillo o con sanguijuelas; nosotros, los indios, aplicamos
sobre la piel el
yaguarsocco,
la planta "chupacfora de san–
gre", que reemplaza a las ventosas. Cuando
ri
uestros hom- .
bres regresan a la choza empapados por 'la lluvia o helados
. por un largo trabajo er1 el agua, les devolvemos el calor por
medio del
anteajus,
tallo ·carnudo y prolongado del grueso
de un plátano; hervido
y
deshecho en agua, produce una –
sustancia que, al tomarse muy caliente, actúa como sudorí-
fi·co de suma efica
cia.·
.
.
Finalmente, la
ínuj.eragregó a modo de peroración:
"'
-Hay aún m
uchos otros remedios cuya existencia los
•
· blancos no so.Spe·chan
siqui:~ra,
pero ahor:a no los tengo
aquí.
/
Le
agradecimos sus informaciones y yo le. regalé una
-medalla que la mujer besó devotamente.
*
En sus negocios con los blancos, el quichua, por principl(),
no está jamás "de a·cuerdo: regatea, exige más, pide reba–
jas, y pide con majadería, por lo ·menos, un pequeño re–
galo. He aquí un rasgo típico que tuve ocasión de -Cono–
cer en Lima.
Habi~endo
bajado de sus montañas para v,er al médico,
un indio enfermo se dirige a la farmacia con la receta bien
apretada entre los dedos. Antes de entr.egarla al' boticario,
la examina largamente con
desconfian~a,
pregpntándos·e
qué podrán signiftcar aquellas l·et¡as y números. Finalmente
s~
decide a darla al farma·céutico, quien, al poco rato, le
tra-e un frasco. Falta apenas un
e
entímetro para que esté
colmado; inmediatamente ·el indígena frunc·e el ceño, pues
se
cre·e engañado.
-¡Eh! -exclama de mal humor-.
¿.N
o podrías llenar
la botella hasta el corcho?
-----.
-No,
es
imposible.
-Pero, es que yo voy a pagar.
---~Está
bien, pero yo no puedo darte más.
---.¿Y por qué no?
·
-Te he dado- ahi cuanto
té
prescribió el médico.
~Vamos,
agrega un poco, por esta vez no más.
-Está prohibido.
-¿Y por qué? Ya v-es que no está llena.
, ·-
·-si
aumento la dosis,
te
envenenarás y a mi me echa–
rán a la
cár~el.
220