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caba a los

pachacs,

capitanes de centurias,

y

a los

chun–

cas,

sargentos de decurias. En -un día determinado todos

coniducían sus soldados a la ¡plaz·a de la capital del distrito

1

y ·

los alineaban por .compañías. El

huarancka

se ·colocab,a .

solo al frente, cdn un arco .de madera en las

m~anos.

De pronto lanzaba una orden vibrante:

"¡CaY'man ham-

.

nichic!"

(

¡A·quí todos!). Un ·clamor le respondía:

"¡Llpay–

cum!"

(·¡·H·enos a. todos aquí). Y acudían los jefes: vestidos

·con una camisa estre·cha sin mangas

y

una falda

~corta

hasta

las rodillas, llevaban ceñida a la frente una banda de m·etal ·

.adornada de l:argas plumas <;le vivos colores; rostro, brazos

y

piernas lucían caprichosos dibujos. Formados todos en dos

filas ante él, los ' centu;rienes blandÍan un grueso mazo de

madera erizad(} de afi1ados clavos de cobre,

y

los decurio–

nes un arco

y

un puñado

~le

flechas.

_;

D_e pronto el

huarancka

estiraba la ·cuerda de su arco

y,

apuntando con una flecha al cielo en señal de valor

Y

fidelidad, lanzaba un grito estentóreo:

"¡Inka muschaska

cachum!"

(

i'Gloria a nuestro inca!). Inm·ediatám·ent·e em-

,

p,ez¡aba a toca-t la orquesta de flautas, trompetas

y

tambo ...

res,

y

alrededor del

huarancka,

siempre

inmóv.il

, en ·la mis–

ma postura, Ios jefes ejecutaban una danza circular, mar–

car..do el compás ·enérgLcamente con el talón.

Al cabo de algunos minutos, el comandante bajaba el

arco

y,

con un gesto brusco, inclinándose violentamente,

apuntaba al suelo, gritando:

"¡Huagnuyman!"

(¡A muerte¡).

De · este modo juraba que todos, inciuso él mismo, estaban

dispues tos a derramar su sangre

y

a dar la vida por el inca

en los campos de batalla. Inmediatamente todos doblaban

la rodilla, inclinaban sus armas hacia l,a tierra en señal de

sumisión

y

entonaban un himno, si·empre acompañados por

la músi,ca: "¡Unámonos en la muerte! - Vivir

y

morir, para

no.sotros no ·es sino una sola cos,a, - si tal es el deseo del

inca, nues tro padre; - vivir

y

morir para nosotros no es

sino una sola cosa, - si tal es el mandato de aquel único

ho~bre

que es nuestro inca."

T·erminado el canto, todos se levantaban

y

los }efes

volvían a su lugar. El

huaranoka

pasaba revista a su tro–

pa, en seguida se· situaba nuevamente frente a las centurias

y

por dos veces repetía la ceremonia del juram.ento.

Un pueblo .falto de , vigor

y

~cobarde ~·e

som·ete ·al yugo

de la

ser~idumbre

sin protestar; pero no fué éste ·el caso

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